Cadena perpetua, por Laureano Márquez
La palabra como tortura. Amenaza con hablar 24 horas seguidas, con transmitirnos un día suyo en cadena nacional. Y el verbo se hizo cárcel…
El siguiente artículo es reciclado, creo que fue publicado antes de tiempo y ésta es su hora; aunque claro que podría actualizarse con contenidos gástricos desconocidos en el momento.
Algunas frases han sido autocensuradas porque en aquellos tiempos había menos miedo que ahora: En la madrugada, entre sueños, rumbo a una urgencia urinaria de ésas que se presentan a golpe de tres de la mañana, uno pasa frente al televisor y lo enciende. La cadena continúa: hay movimiento, sospechoso cuchicheo y risitas en la primera cama de la patria. Una mano mueve la cámara y la dirige hacia el techo. Uno se queda dormido con la televisión encendida y cuando te despiertas, a las seis de la mañana, está ya Esteban duchándose en un espacioso baño. Una cámara lo toma en un ángulo que lo muestra de espaldas y de la cintura para arriba. Amaneció de buen humor y, mientras se enjabona, canta: Esteban: «Qué triste se oye la lluvia en los techos de cartón. Arriba vive la mujer preñada, abajo está la ciudad que se pierde en su maraña. Qué triste vive mi gente en las casas de cartón….» Diez minutos más tarde, con la toalla ceñida a la cintura, le vemos cepillarse los dientes.
Mientras coloca la crema en el cepillo, le habla a los niños: «Es importante cepillarse los dientes tres veces al día. Eso no lo decían antes. Lo que había a esta hora era que si Mingo, que si la Colomina, y ellos nunca dijeron que los dientes tienen que cepillarse regularmente (canta ahora a cámara con la boca llena de espuma): los dientes de arriba se cepillan hacia abajo, los dientes de abajo se cepillan hacia arriba y las muelitas debes limpiar con un movimiento circular».
Quince minutos más tarde, vemos una mano que saca un traje del clóset. Asistimos a un diálogo en alta voz, con toda la intención de que el micrófono lo recoja:
Voz Off: Dios dado mío, ¡qué cantidad de ropa!….Sargento Perkins, venga acá…
Sargento Perkins: Mande, mi comandante…
Voz Off: ¿Qué hace este roperío loco aquí?
Sargento Perkins: Bueno, yo…
Voz Off: Usted nada… (la mano saca los trajes y los lanza con ira sobre la cama). Me sacas todo esto de aquí. Es más… los subastas en el mercado Guaicaipuro y las ganancias se las damos a la gente de La Bombilla.
A media mañana, la cámara muestra una escena extraña: un ministro está en el despacho presidencial; hablan bajito y mirando a la cámara. Salen de cuadro y la toma se mantiene fija sobre el despacho presidencial.
Entran quince minutos más tarde, sonreídos y continúan la escena con fingida naturalidad:
Esteban: Entonces, ministro, ¿cuántas casas me dijiste que se iban a construir?
Ministro: Trescientas mil.
Esteban: ¿Trescientas mil? …¿A cómo sale cada casa?
Ministro: Terminada…seis millones.
Esteban: Seis millones (toma nota).
Déjame ver (abre una gaveta) que creo que por aquí me quedan unos seiscientos mil millardos que sobraron de un ahorro que hicimos el otro día de unos situados. Toma, construye cien mil más…
Ministro: Gracias, jefecito…
Asistimos en vivo al almuerzo, durante el cual Esteban nos habla de una dieta balanceada, rica en proteínas y baja en carbohidratos. Termina el almuerzo con unas conservitas de coco y Esteban dicta la receta de la abuela. En generador de caracteres, aparecen los ingredientes.
A media tarde, lo encontramos hablando por teléfono en la limosina presidencial:
Esteban: ¿Aló? ¿Lula? ¿Qué mais? ¿Cómo está la vaina? ¿Qué estás haciendo? ¿Presentando mensaje al Congreso? Te quito un ratico nada más…Voy el jueves para allá a reunirme con los sin tierra, tenemos que resolver ese problema…
Transcurre la tarde con un acto indígena en el Teatro Municipal y un encuentro latinoamericano en Parque Central. Cercano a la media noche, antes de dormirnos, le vemos hablar con Fidel: «¿Aló?, Fidel…¿Cómo sigues? ¿Te estás tomando las medicinas? Ten cuidado con la tensión. Te voy a mandar unas pencas de sábila en el camastrón. Hasta mañana, ¡bendición! Esteban se duerme y los ciudadanos tenemos pesadillas. Es él, que en cadena telepática, nos impone sus sueños.