Camarada Picasso y el Guernica del chavismo, por Sergio Monsalve
Autor: Sergio Monsalve | @sergioxxx
Picasso no era chavista, menos del PSUV, tampoco sacó el carnet de la Patria para recibir subsidios y salarios devaluados por la inflación.
Sí fue un mal comunista, según sus biógrafos; inscrito por compromiso en el partido comunista Francés, donde siempre se le consideró un desviacionista y un burgués. El partido se cansó de reprobarlo y condenarlo porque no pintaba siempre con motivos propagandísticos, del gusto del Partido.
El comunismo de Picasso fue el de un artista millonario, exitoso, famoso y donjuanesco. Por tanto, puede ser el resumen de las contradicciones del izquierdismo caviar.
La problemática postura o impostura política de Picasso lleva décadas de estudio. No es un invento o un descubrimiento del ministro Villegas y su gestión; no es el hallazgo afirmado en la grosera manipulación histórica de “Camarada Picasso”, la última exposición de Maduro en el “Museo de Arte Contemporáneo Armando Reverón”, mejor conocido por su nombre anterior, MACCSI, en tributo a nuestra reina Sofía Imber.
Para quienes no me conocen, un dato personal. Escribo del tema con la propiedad de haber sido biógrafo de Sofía, filmar cientos de metros de película en el MACCSI, pasar ahí buena parte de mi vida como reportero, comunicador, visitante, periodista, documentalista y amigo del Museo. Desde ahí redacto mi refutación de “Camarada Picasso”.
Sofía Imber compró la colección de Picasso hoy tergiversada y horrorizada por la expo “Camarada”. La muestra no indica el origen de la adquisición de los cuadros. Por tanto, es otro ejercicio de la mezquindad y la censura de la gestión cultural del chavismo.
Hugo Chávez y Maduro fueron enemigos políticos de Sofía Imber. No en balde la desalojaron y expulsaron de su Museo en una de las primeras purgas de la inquisición roja. En lo sucesivo, la razzia cultural alcanzó a sus colaboradores y muchos de ellos sufrieron el escarnio de quedar en la calle, sin empleo, teniendo que reinventarse o morir. Algunos no superaron la depresión y terminaron enfermos.
Chávez no mató a una ya anciana Sofía, porque su fortaleza y su procedencia familiar la prepararon para sobrevivir al peor agravio de su vida, el de ser despojada de su creación.
Sofía, en consecuencia, atesoró a Picasso en Venezuela no por razones políticas de afinidad con el partido comunista. Al contrario, Sofía honró el legado estético y alegórico del pintor en una vasta colección de lienzos y grabados de carga simbólica.
Las imágenes representan los motivos del padre del cubismo: su visión del amor y de la sexualidad, su interés por reinventar las formas y las ideas abstractas de la mitología, su pasión por el cuerpo y el rostro de la mujer. En dos palabras, no hay mayores rastros de la pobreza del realismo socialista en los cuadros de Picasso, adquiridos por Sofía Imber.
Sin embargo y por defecto, el ministro Villegas hace una interpretación forzada de la colección de Sofía sobre Picasso, al narrar una falsa gesta de reivindicación de su costado político silenciado por el fascismo.
Le aclaro varias cuestiones al Ministro. Fue el propio Picasso el encargado de ocultar la lectura política de su obra. Incluso en el Guernica, obra maestra de una enorme polisemia honrada por el señor Pablo en vida y sus principales cronistas, quienes encuentran al menos diez teorías de análisis para la compresión de la pintura.
Visto a la distancia, el Guernica habla de un apocalipsis, de la historia personal de Picasso, del conflicto, de la tragedia existencial, etc. Por supuesto, la reductora lectura de Wikipedia lo consagra como un llamado a la paz en referencia al bombardeo de una ciudad vasca a manos del fascismo. Pero el Guernica y Picasso son más que humo y populismo para la tribuna de los progresistas.
En efecto, Aragon compromete a Picasso a pintar a Stalin el año de su muerte. A raíz de ello, Picasso esboza una de sus más polémicas y controvertidas imágenes: la de un joven Stalin, un bigotudo irreconocible más propio de un boceto hípster que de un homenaje necrológico. El Partido Comunista Francés armó un drama con el dibujo de Picasso, tachándolo de caricatura infantil.
Sea una broma pesada o un encargo fallido, el retrato de Picasso a Stalin reafirma su convicción de abandonar el arte panfletario, dedicándose a la experimentación en sus terrenos de la vanguardia. La política la dejará para sus ingenuas palomas de la paz, sus campañas en contra de la guerra, su progresivo alejamiento de la Unión Soviética, a pesar de aceptar los premios leninistas concedidos al grueso de su trayectoria.
Revisado el total de su patrimonio a la humanidad, los rastros comunistas de su obra pertenecen a una zona gris, diluida por el pincel del artista y eclipsada por la historia. De hecho, ya hubo una exposición en el Tate de Liverpool para analizar, en su contexto, el lado político de Picasso.
Entonces, llega a destiempo la exposición de «Camarada Picasso»; fuera de contexto y de paso mal curada, pues el ridículo texto de sala es negado por cada obra de Picasso, adquirida por Sofía.
La pantalla no logra ocultar el desastre de la situación país. El montaje amplifica y acentúa el vacío y la nulidad estética de Maduro.
Vaya usted a comprobarlo, dando un paseo por las ruinas del pobre MAC, una sombra de lo que fue, resultando en una sí metáfora del colapso y la catástrofe del comunismo madurista con sus purgas, sus desangres, sus bochornosas cifras de exiliados y muertos de hambre.
Por fortuna, la esencia de Picasso sobrevivirá, como Sofía, al Guernica del chavismo.