Caos en la Disip, por Simón Boccanegra
Lo de la Disip está llegando a punto de mate. A raíz del cacerolazo Hugo, con un arrecherón enorme, le reclamó a Aguilera que cómo era posible que toda Caracas supiera de ese «concierto» menos la Disip. Del tiro le anunció su pronta destitución. Aguilera, a quien nunca la interesó la policía política, y aceptó por disciplina, se comporta en consecuencia: no atiende su trabajo. Prefiere el golf. Colocó como sus secretarios a dos chamitos que no tienen idea de qué hacer y, por supuesto, no lo hacen. El cuerpo está desmoralizado y, como es lógico, el tiempo se le va en puros chismes. Pero allí hay también gente seria, preocupada por la suerte de la institución, que hasta habla de una especie de «huelga» para llamar la atención. El gran arte de ser jefe es el de saber elegir bien los colaboradores. En esto es donde Hugo falla más. No tiene idea para qué sirve cada quien. Pone y quita gente, siempre tanteando y, por lo general equivocándose, como, por ejemplo, en el caso reciente de Cadafe, donde colocó a un señor cuyo único mérito era el de ser militar. A los tres meses lo tuvo que quitar cuando comprobó que en sus cargos anteriores el tercio había raspado la olla. Al pobre Aguilera le echó ese vainón y ahora descubre que la inteligencia «civil» está literalmente colapsada y ya prepara la fosa para este nuevo «muerto» del proceso.