Capitán Garfio, por Teodoro Petkoff
Como show, el lapsus brutis de Ismael García confundiendo a Chávez con Pérez estableció su nivel de mediocridad, pero más allá de esto, lo de El Calvario fue un vacilón totalmente írrito, es decir, nulo por imperativo de la ley.
Nulo de toda nulidad, diga lo que diga y cómo lo diga Chávez. Una sesión fuera del Capitolio únicamente puede ser convocada por la cámara misma, según reza su reglamento.
Tal convocatoria no tuvo lugar y tanto fue así que los padres conscriptos se sintieron obligados a convocarse una vez que estuvieron sentados frente al arco.
O sea… confesión de parte.
De modo que todo lo aprobado en esa «sesión» es igualmente nulo.
La supuesta reforma del reglamento de la Asamblea Nacional es inexistente porque se produjo en una sesión nula. De modo que procede solicitar de inmediato al Tribunal Supremo un dictamen al respecto. Si decide conforme a Derecho, esa sesión no tendrá más vida que la de una anécdota pintoresca.
De paso, el MVR debería mandar a las duchas a su experto jurídico, el abogado Omar Mezza, por no conocer suficientemente la Bicha. La reforma chimba se centró en dos artículos del reglamento. Uno de ellos se refiere a la obligatoriedad de enviar de nuevo a las comisiones respectivas cualquier proyecto de ley que sufra modificaciones en la segunda discusión, que, como se sabe, se hace artículo por artículo.
La reforma pirata anula esta disposición.
Pero ocurre que ella es de carácter constitucional.
El artículo 209 de la Bicha establece, sin dejar duda alguna: «… si sufre modificaciones (el proyecto de ley en la segunda discusión), se devolverá a la Comisión respectiva para que esta las incluya en un plazo no mayor de quince días continuos… .». En todo caso, esto es irrelevante, porque la reforma es nula, pero el detalle de-muestra una voluntad de hacer trampas que no se detiene ni siquiera ante la falta de la suficiente destreza jurídica.
Hay, pues, que sentarse a negociar un modus vivendi en la Asamblea. Las fuerzas están parejas y en casos así no hay más remedio que negociar. La mitad de la AN no le puede imponer inconsulta y unilateralmente a la otra mitad una modificación procedi-mental que afecta el funcionamiento del cuerpo. Por otra parte, el llamado «filibusterismo» (retardar los debates o prolon-garlos para demorar la aprobación de una ley) es una práctica normal en todos los parlamentos del mundo. Pero tiene un límite.
La mayoría existente en una comisión parlamentaria no puede represar indefinidamente un proyecto de ley que repose en su seno. Ahora, después de la batahola del miércoles pasado, en la cual la oposición impidió por las vías de hecho la sesión, y después del espectáculo al pie del Arco de Guzmán Blanco, Gobierno y oposición están obligados a buscar un acuerdo para que la Asamblea funcione. Y, por cierto, a nadie le conviene más que la Asamblea Nacional funcione que a la oposición. Su-ponemos que no es necesario explicar por qué. .