«Caracas frontal» y la inevitable realidad, por Valentina Rodríguez

X: @valenntinus
-Caracas es fea.
-Caracas no es fea, está vuelta ñoña. Es distinto.
En el año 2018 el periodista y escritor argentino Martín Caparrós vino a la capital venezolana para escribir una crónica de la ciudad para el diario El País de España, la tituló «Caracas, la ciudad herida». El martes pasado recordé este texto –al que he vuelto varias veces– mientras recorría la más reciente exposición de la artista venezolana Marylee Coll, «Caracas frontal», que presenta la Sala TAC del Trasnocho Cultural.
La muestra está conformada por 453 fotografías captadas en recorridos aleatorios en distintas urbanizaciones del Área Metropolitana de Caracas, de San Agustín del Sur a Las Mercedes, de El Silencio a Bello Monte o de Las Acacias a Petare. En las instantáneas de Coll hay casas, edificios residenciales y de oficinas, balcones, ventanas, portones, avisos, restaurantes. La exhibición no es sobre «arquitectura ni pretende crear juicios de valor», tampoco busca «celebrar las edificaciones emblemáticas» de la capital. Ofrece «un collage de fragmentos que en su totalidad nos presentan un relato empático de Caracas», un «discurso estético, una iconografía que recupera los simbólicos vestigios de la ciudad caraqueña», explica el texto de sala.
La propuesta es netamente estética, mostrar geometrías, texturas, materiales, colores, composiciones, contrastes: fascinante el foco; aunque no pude evitar fijarme –y quedarme– en las heridas de Caracas. Soy caraqueña –orgullosamente caraqueña. He vivido la mayor parte de mi vida en Caracas, salvo por un par de temporadas –una elegida; las otras, impuestas. He recorrido Caracas a pie, en transporte público y en carro; como habitante y como turista. Me encantan su heterogeneidad y contrastes –menos los agregados en lo que va de siglo XXI. Desde hace algunos años, cuando camino por la ciudad o espero que cambie el semáforo, hago el ejercicio de borrar las rejas, las serpentinas de alambre, las amputaciones y los injertos o intervenciones de sus edificaciones, les agrego pintura y sonrío.
En «Caracas frontal» no pude evitar hacer este ejercicio con las fotos, pero limpiar, borrar las marcas que me traen al presente me resultó imposible. Cuando te ponen la realidad de frente es muy difícil esquivarla.
Mi paso por la exposición de Coll fue amargo y dulce. Al final lo que más me cautivó fueron los guiños y mensajes que va encontrando el espectador durante el recorrido, unos de la artista y otros –al parecer– de sus seguidores en redes sociales: en cada espacio de la muestra hay comentarios que recibieron algunas de las instantáneas, que van desde la nostalgia y el anhelo hasta el deseo de cambio y recuperación.
*Lea también: El lápiz 2 y El eco de un bosque, por Valentina Rodríguez
Valentina Rodríguez es licenciada en comunicación social y magíster en arte contemporáneo.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo