Caracate Comapaica, por Teodoro Petkoff
La aparición pública de los «carapaicas» es la comidilla del día. Hace unas semanas otro grupo de encapuchados, el de los «comacates», había hecho, también, su debut. La escenografía, en ambos casos, es idéntica: exhibición ostentosa de armas de guerra, un vocero sentado ante una mesa con la bandera como telón de fondo y el mismo discursito matón y amenazante. Un aire no por siniestro menos ridículo. El diabólico mecanismo de la polarización ha conducido a que en las franjas extremas de los dos bloques estén brotando agrupamientos ultrosos, potencialmente muy peligrosos porque están fuera de control político. Son, por así decir, «agentes libres».
Pero nada de esto es gratuito. El gobierno, con su discurso agresivo y no pocas veces brutal y con la tolerancia ante la violencia de los «suyos», ha sido el factor principal en la creación del clima que favorece la aparición del extremismo armado, y toca al gobierno la principal responsabilidad en la neutralización de ello (lo cual no significa que la oposición no deba contribuir también). La impunidad que el gobierno ha garantizado hasta ahora a sus encapuchados, que prácticamente en connivencia con la Casa Militar «toman» los alrededores de Miraflores, ha alimentado los brotes de este extremismo armado. Las frases de condena emitidas por el presidente y otros funcionarios ayer son importantes pero insuficientes. Obras son amores. Desmantelar esos grupos no es nada difícil. Hasta cuerpos de seguridad tan chambones como la Disip y la DIM podrían hacerlo. No necesitan de James Bond. Sus integrantes son tan conocidos como aquel espía Salazar del cuento margariteño.
Por otra parte, el ataque totalmente desproporcionado del presidente y de otros funcionarios, incluyendo a Rangel, contra la Policía Metropolitana es un aval a la conducta de los violentos. Sorprende que quienes estuvieron dispuestos a activar el Plan Avila, con toda la carga de violencia mortal que está implícita en éste, se rasguen las vestiduras por una acción policial que, en definitiva, no pasó de la utilización de los tradicionales instrumentos antimotines no letales: las lacrimógenas y los balines de goma. Descalificar a la PM, tacharla casi de brazo armado de la oposición y, por vía contraria, glorificar a la Guardia Nacional, es exactamente el tipo de discurso y de acción que sirve de caldo de cultivo a «comacates» y «carapaicas». Oponer la Guardia Nacional a la Policía Metropolitana es un juego irresponsable, cuyas consecuencias son impredecibles. «Caracates» y «comapaicas», en definitiva, son grupúsculos; GN y PM son grandes cuerpos, con miles de hombres armados. Mucho guillo.