Cárceles de Quinta, por Teodoro Petkoff
Cada cierto tiempo, cuando por algún incidente, a veces menor, los penales y cárceles estallan, el país vuelve a tener noción del infierno que son esos establecimientos. El mundo oficial, ahora como en la Cuarta, siempre igual de conchudo y cínico, suele reaccionar como ahora lo hacen, por ejemplo, el “defensor” del pueblo y el inefable Lucas Rincón. Para el primero, se trata de una “bulla mediática” (aunque concede que pudiera haber algo de cierto en el reclamo de los presos).
Al segundo “no le consta” lo que ocurre (probablemente porque parece que duerme mucho).
Pero, lo más grave no es sólo la estólida reacción oficialista. Lo más grave es que ante este tipo de problemas la opinión pública también se desentiende porque sus víctimas son, precisamente, delincuentes. Se suele pensar que los reclusos merecen esa suerte y hasta una peor. Sin embargo, esa “sabiduría” convencional no se detiene a pensar que esas condiciones carcelarias son incubadoras de delincuencia y que quien entra allí por una ratería sale transformado en un asesino. Porque nuestras cárceles están concebidas como mecanismos de venganza y no de castigo ni de eventual recuperación de los reclusos. No hay en las cárceles, penales y retenes ningún tipo de clasificación de presos: junto a un asesino demente puede ser colocado alguien detenido por una riña. El hacinamiento; cartones en el piso, o este desnudo, como “cama” ; comida escasa y no pocas veces podrida muchos directores de esos establecimientos se roban el dinero de la comida) ; el maltrato frecuente a reclusos y familiares y la tolerancia cómplice con las pandillas internas que se adueñan del penal, son todos rasgos protuberantes de la vida carcelaria venezolana.
Por supuesto, no existe la terapia laboral y muchísimo menos la educacional. Se entra sin oficio y se sale sin él. Se entra analfabeta y se sale analfabeta.
El ojo de los políticos se pasea con displicencia por las cárceles. Estas no dan votos, probablemente más bien los quitan, ¿por qué quién en su sano juicio se va a ocupar de delincuentes? Pero ocurre que una sociedad se mide, entre otras cosas, por el trato que da a sus parias. Una sociedad se mide por sus hospitales públicos, por sus manicomios y por sus cárceles, que es precisamente donde se amontonan los abandonados hasta de la mano de Dios. Tienen que producirse motines en las cárceles para que tanto el mundo oficial como la sociedad bien pensante recuerden que ellas existen.
Probablemente ya ni él mismo se acuerda, pero Chávez en alguno de sus primeros discursos presidenciales, refiriéndose a su experiencia carcelaria en Yare, describió el mundo de horror que allí conoció.
Cualquiera habría imaginado que ocuparse de esa calamidad iba a ser una de sus preocupaciones, al igual que la que expresó por los niños de la calle, esos mismos que bautizó como “niños de la patria” y que hoy constituyen un doloroso monumento viviente a la incapacidad, a la charlatanería y a una falsa sensibilidad, para consumo de pendejos.
Lo que ha sido esta “revolución” lo están poniendo de bulto esas cárceles clamantes de hoy. Cuatro años y ahí está, viva como nunca, esa llaga podrida en el cuerpo social venezolano.