El alter ego de Montenegro, por Víctor Amaya
Y si alguno pregunta por ti
Le diré que te has ido
Le diré el por qué tu no estás
Sin tener que mentir
Sin tener que mentir
Recibir una llamada de Carlos M. Montenegro, durante tanto tiempo columnista de TalCual, era escuchar la tosca voz de un español que desconfiaba de la tecnología de su correo electrónico. Al telefonear a la redacción buscaban confirmar si los envíos de sus textos llegaban completos, si el documento adjunto mostraba todas las líneas y la fotografía que él había escogido. Un hombre cuidadoso de que sus escritos reflejaran todas sus ideas.
Insospechado para cualquiera es la comparación de aquella voz ronca con una mucho más fresca que dejó huella en la escena musical del rock hecho en Venezuela. Porque Carlos M. Montenegro tuvo un alter ego hace varias décadas, uno inspirado en las tendencias globales y occidentales de entonces. Él era Carr Martin.
En 1964 Carr Martin era una de las dos voces de Los Claners, uno de los primeros grupos de rock nacionales surgido en Caracas. Nació en Logroño (España) y formó parte de Los Vándalos, para luego finalmente marcar su debut discográfico en el LP Yeah Yeah Yeah de 1965, cuando dejar registro era todo un hito para esa generación inicial.
Los Claners avanzaron, y bastante. De los primeros ensayos en el Club Canario, pasando por convertirse en la banda del programa El Club del Clan en televisión y el primer sencillo «Hoy lo supe», pasaron a producir tres discos y publicar un montón de 45 RPMs.
Después sus integrantes alimentaron otras agrupaciones e iniciativas en los años posteriores, tanto en Venezuela como en Inglaterra y España, como Ladies WC (Adib Casta) y Los Memphis (Frank Rojas). Los demás se van a Inglaterra, ya con Pablo Manavello en la formación, y es juntamente en Madrid donde surge la otra marca que quedaría tatuada en Carr Martin: Sangre.
En España se formaron y grabaron su único LP, homónimo, en 1971. Entonces la psicodelia comenzaba a colarse por todas partes, y los arreglos la abrazaron. Aquel álbum generó un respeto enorme por la calidad de su contenido y sus valores de producción. El Grupo Sangre ahora aparece en cuanto recuento histórico se hace del rock firmado por venezolanos, como el que hicimos a propósito de sus primeros 60 años.
Curiosamente, Carlos Montenegro dijo alguna vez a Felipe Doffiny que el grupo Sangre no existió, que en realidad ellos seguían siendo Los Claners pero que el álbum fue impreso sin el nombre de la banda y solo con el título, por lo que se terminó considerando una nueva agrupación.
Carlos Montenegro hizo de la cultura su vida. La protagonizó como músico -también tocó en primer disco de Henrique Lazo de 1969- y luego aportó para hacerla masiva, por ejemplo desde las disqueras que manejaron a artistas como Ricardo Montaner, Guillermo Dávila, Kiara, Karina, y tantos otros. Su nombre fue de los que definió la labor de un A&R en el mercado local. Además, se dedicó a explorar otras vertientes del conocimiento, como mostraba en sus columnas de TalCual. La última versó sobre los impactos globales de la generación de la que formó parte.
A Montenegro, como le decíamos en la redacción, lo vamos a extrañar. También a sus escritos, espacios para conocer de eventos, historias, visiones, tan nutritivos para aquello que se mentaba «cultura general» que la etiqueta Opinión de la sección que los agrupa se queda corta. Quedó pendiente tener con él la tan prometida convesación en persona sobre rock que nunca se concretó. Toca agradecer las recomendaciones musicales y los saludos afectuosos.
Murió Carlos Montenegro. Aún podemos escuchar a Carr Martin.
*Con afectuoso saludo a David, su hijo.