Carta a quienes aún creen en la política, por Luis Ernesto Aparicio M.

Señor o Señora:
Por intermedio de esta carta, que va dirigida a todos aquellos que aún creen en la política como herramienta para transformar realidades —incluso cuando todo parece diseñado para desmoralizar, desgastar y expulsarnos del juego—, me dirijo especialmente a quienes, desde hace años, han asumido el desafío de hacer política en Venezuela, enfrentando no solo a un sistema autoritario que se niega a ceder, sino también al juicio implacable de los propios compañeros de camino.
Antes que todo, quisiera recordar algo por demás sabido: hacer política en Venezuela no es competir en igualdad de condiciones. Es persistir en medio del ventajismo, de los abusos, de las trampas. Es ganar con holgura en las urnas y ver cómo el poder se roba el resultado sin disimulo. Es levantarse al día siguiente de una nueva manipulación electoral y decidir no retirarse. Es resistir.
Pero resistir no puede significar inmovilidad ni esperar que otros actúen en lugar de usted, que ha decidido enrolarse en la política. Por eso es prudente recordar que permanecer en la lucha democrática implica también actuar con inteligencia, abrir caminos, aunque parezcan cerrados. Y en ese marco, negociar no puede seguir siendo una palabra perversa ni acusadora.
A usted, que eligió la política, le recuerdo que participar en elecciones o negociar no es de cobardes. Negociar no equivale a rendirse ni a legitimar al autócrata de turno. Negociar, cuando se hace con claridad, con estrategia, con la firmeza de saber lo que está en juego, es una forma legítima y necesaria de hacer política.
Aun cuando en el pasado los acuerdos hayan sido violados o desvirtuados, eso no invalida la herramienta; simplemente revela la naturaleza de quienes no cumplieron.
Si usted es de los que hoy descalifican todo intento de participación electoral o diálogo, alegando que eso solo prolonga la permanencia del régimen, olvida que incluso las salidas más inesperadas a los conflictos han surgido de una mesa, de una conversación, de una negociación bien llevada o de una elección, aun bajo el control de feroces dictadores. Simplemente del ejercicio serio de la política.
Muestra de esto es que hace poco fuimos testigos de un acuerdo entre gobiernos ideológicamente equidistantes, cuyo resultado fue la liberación de personas, algunas injustamente detenidas. Ninguno de los negociadores estaba avalando al régimen contrario: estaban resolviendo un conflicto con inteligencia política.
Desde mi poca o mucha visión, le digo que la política, incluso en sus formas más discretas, puede abrir puertas que parecían clausuradas. El prejuicio no lo logra. La acusación fácil tampoco. Hacer política en condiciones adversas no es un delito: es una necesidad histórica. Renunciar a ella es dejarle el tablero completo al poder ilegítimo.
También es necesario decirlo con claridad: es preferible acudir una vez más a un proceso electoral —y otra, y otra— que apostar por aventuras sin destino claro o, peor aún, por un golpe de Estado. Por lo tanto, habría que preguntarse: ¿quién garantiza hacia dónde giraría ese volante?
Para la respuesta, me permito recordarle que, en Venezuela, donde las Fuerzas Armadas actúan más como consorcios económicos que como instituciones comprometidas con la transparencia y la Constitución, resulta ingenuo pensar que un cambio por la vía de la fuerza traería automáticamente una transición democrática. Lo más probable es que consolide otra forma de autoritarismo, quizás más opaca, pero igual de represiva.
Estoy seguro de que piensa que desde la distancia todo se ve fácil —cosa que ocurre con algunos dirigentes—, pero le confirmo que esta carta no es una defensa de la ingenuidad ni un canto a la moderación vacía. Es una reafirmación del valor de seguir apostando por la política como vía, incluso cuando esa vía esté llena de escombros. Si queremos que exista futuro democrático, debemos insistir en construirlo. Y eso incluye, cuando sea posible y útil, la negociación.
A todos los que siguen creyendo, a todos los que dudan pero no se han rendido: permanezcamos. Resistamos. Y recordemos que en la política podemos: participar, dialogar y, si se dan las condiciones, negociar. Porque si esos son los caminos que nos acercan a la libertad, vale la pena recorrerlos.
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Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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