Caso Banesco: el guión de una debacle histórica, por: Armando J. Pernía
La gestión económica de Nicolás Maduro es, de lejos, la peor y más perversa en más de 100 años. Incluso un gobernante tan supuestamente ignorante, como el general Juan Vicente Gómez, pudo gestionar el Estado de manera más sensata, gracias a que tuvo el juicio de rodearse de una elite intelectual que no por abyecta –con sus excepciones–, era menos competente.
A partir de los gobiernos de los generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, Venezuela vivió una etapa de crecimiento y evolución, tanto de la sociedad como del Estado, por supuesto no exenta de graves desigualdades y conflictos.
Con la llegada de una nueva generación al poder y la superación definitiva del gomecismo, en 1945, comenzó un momento de mayor expansión económica y, algo mucho más importante, de un creciente desarrollo social. Se inició la construcción de un sistema de gobierno moderno que ni siquiera la dictadura de Marcos Pérez Jiménez revirtió.
Con la democracia, el país avanzó –es verdad que con vacilaciones, tropiezos, conflictos y errores muy costosos– por una senda de mayor crecimiento, institucionalización y modernización de la gestión económica.
Al llegar la crisis, en los años ‘80 del siglo pasado, afloraron las debilidades estructurales de la economía venezolana, como su marcada falta de competitividad internacional, a excepción del petróleo, por supuesto; su baja productividad; su escaso nivel de capitalización real; y, por supuesto, la cultura rentística imperante entre los agentes económicos, entre otras.
La inflación aumentó para nunca más parar y los avances sociales conseguidos entre 1945 y 1980 se fueron diluyendo con el aumento creciente de la pobreza, madre de un conflicto social que siempre estuvo ahí, pero que pocos veían y muchos desestimaban.
Se acusa frecuentemente a la elite política de ser la causante de este retroceso histórico, y se elude el ajuste de cuentas con las elites económicas e intelectuales, muy responsables por no ver lo evidente y, más aún, por no actuar y plantear reformas profundas para que se tomaran los correctivos indispensables.
Al contrario, algunos integrantes fundamentales de esas elites demostraron su carácter más reaccionario, al abrir espacio al delirio populista del viejo montonerismo militar del siglo XIX transformado en Socialismo del siglo XXI.
Años de avance en la construcción de un aparato productivo moderno –que necesitaba reformas muy severas, es cierto– y de edificación de una institucionalidad que garantizaba orden, respeto, tolerancia, convivencia y, sobre todo, la posibilidad de superar en paz el conflicto social creciente, fueron echados por la borda cuando medios, intelectuales, empresarios y profesionales de diversas áreas y procedencias, se dejaron seducir por el verbo tan falso como eficaz de Hugo Chávez.
Y hoy estamos aquí. En la ruina que encarna Nicolás Maduro, el conductor designado para guiar nuestro raudo viaje al infierno.
La estatización –por ahora, intervención temporal– del banco privado más grande del país es un hecho histórico que no debe olvidarse, porque puede ser una vuelta de tuerca más en la consolidación de la tragedia.
*Lea también: Opiniones sobre el aborto, por Gisela Ortega
No se trata de defender el patrimonio de un particular, ni siquiera es un alegato formal de defensa de la propiedad privada; se trata de llamar la atención sobre una posible escalada de la crisis económica y una mayor, si cabe, depauperación social, porque eso es lo que viene si el gobierno estatiza la banca.
Por lo tanto, hay que comenzar a decir algunas cosas. La primera es que la situación de la banca venezolana es compleja. Si bien es cierto que las estadísticas oficiales muestran a un sector financiero sano, capitalizado y con una cartera de crédito bien provisionada, hay que señalar que el patrimonio del sistema está erosionado por la inflación, que el negocio bancario es cada vez menos rentable, que hay desinversión y deterioro de la infraestructura.
Durante años, la banca resistió la crisis con holgada solvencia. Cuando el resto de la economía comenzaba a caer, el sector financiero obtenía grandes ganancias, en buena medida gracias a la condición de financista de un gobierno fiscalmente insaciable e irresponsable; pero, esos tiempos ya pasaron.
El país está a las puertas de un colapso financiero que comienza con el quiebre de la estructura de medios de pago, a partir de la escasez de efectivo –responsabilidad exclusiva del BCV, el único ente autorizado para emitir moneda de curso legal en Venezuela– y que quién sabe hasta dónde puede llegar.
Es insólito que la Asociación Bancaria de Venezuela guarde silencio y no cumpla con el deber siquiera de advertir sobre las consecuencias de decisiones que pueden generar tanto daño a la sociedad.
La foto de los directivos de Banesco rodeados por agentes de la policía política militar fuertemente armados y con pasamontañas, conducidos, presuntamente bajo engaño, a una reunión para apresarlos, habla claro del estado de cosas en Venezuela.
Nicolás Maduro recurre al viejo expediente de coacción y humillación de Cipriano Castro, quien exhibió a los principales banqueros encadenados por las calles de Caracas, en enero de 1900, cuando estos se negaron a prestar dinero a un gobierno insolvente e incapaz de ofrecer garantías reales.
Al final, aquellos banqueros bajaron sus cabezas y cedieron a las demandas del caudillo gobernante. Hasta ahora, Juan Carlos Escotet está dando la cara. Vamos a ver qué pasa si la estrategia expropiadora pasa a otras instituciones.