Castillo, Cristina y Maduro, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
En predios limeños la historia acaba de cerrar su crónica hace tiempo adelantada, previsible, claramente anunciada con la intempestiva salida de Pedro Castillo de la presidencia de Perú. Al final, más sorpresivo ha resultado el modo, cercano a lo insólito y el ridículo, que el abrupto final que desde su llegada al poder se presagiaba.
Más allá de que el congreso de Perú, de evidente mediocridad y tres veces más impopular que el propio Castillo, tenga en la declaración de vacancia un arma constitucional que se ha comprobado efectiva para interrumpir cualquier mandato, el presidente fue un actor de muy pocas luces y una enorme incapacidad para maniobrar políticamente.
Se va Castillo, hoy detenido y esperando juicio por golpista frustrado, sin haber dado muestras de alguna habilidad o dotes políticos para generar consensos, articular alianzas que estabilizaran su gobierno, emprender iniciativas que favorecieran o le ganaran el favor popular, ni mucho menos dar muestras de probidad administrativa. Todo lo contrario, él y su entorno familiar están señalados de irregularidades sustentadas por la propia Fiscalía peruana y eso ha sido el elemento crucial en su caída.
Rodeado de viejos actores de la violencia senderista, incapaz incluso de armar un solo equipo de gobierno que mereciera el apoyo ciudadano y sin fisuras por donde el congreso cesara en su inclemente acoso, Castillo fue cavando desde su llegada al palacio de Pizarro la fosa donde hoy reposa su gobierno y su carrera política.
Con un mínimo de atención a la historia reciente de su país –seis presidentes han desfilado en seis años– algo de asesoría legal y una pizca de olfato político, Castillo hubiera entendido que dada su orfandad partidista y militar su intento a lo Fujimori de disolver el congreso y declarar un gobierno de excepción que intervenía otras instituciones era saltar a un precipicio.
Lo que sí demostró desde sus tiempos de candidato presidencial ensombrerado fue un gran sentido del oportunismo con un discurso populista que calcaba deliberadamente el recetario chavista de convocar una constituyente, estatizar empresas básicas y una gran revolución en lo educativo y lo judicial. Pero también un ataque frontal contra la inmigración venezolana en ese momento en el centro del debate. Paradójico también que en su última alocución prometiera respetar el modelo económico.
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Sale ahora en medio de una gran soledad, diríase que, sin dolientes, recibiendo apenas la solidaridad de algunos de sus homólogos de la izquierda latinoamericana, que lo victimizan con no muy originales argumentos y en los que no es improbable que pueda aparecer el imperio como principal actor. Otros, como Lula, ni siquiera eso.
No tendrá el nada emblemático Castillo – sin fortuna y sin carisma– el apoyo masivo y militante del Grupo de Puebla que ya ha anunciado la presencia de varios ex presidentes de izquierda en Buenos Aires en apoyo incondicional a Cristina Kirchner, finalmente condenada a seis años de prisión por una escandalosa estela de corrupción denunciada catorce años atrás y que comenzó durante el primer mandato de otro histórico del Socialismo del Siglo XXI, su esposo Néstor Kirchner.
Lo que sí tiene derecho a preguntarse Castillo es ¿por qué a ella sí y a mí no? Sobre todo porque los pequeños atisbos de aprovechamiento económico de él su familia, ni siquiera concretados, son infinitesimales a lado de los mil millones de dólares que manejaron en su provecho y el de sus subordinados Néstor y Cristina.
Rueda el gobierno del Perú y ese país se mantiene en la incertidumbre política y ahora también con tumbos económicos. El de aquí está atornillado en lo político, pero la escalada del dólar paralelo presagia un 2023 lleno de turbulencias y la prolongación de las calamidades económicas y sociales que vive el pueblo venezolano.
Por supuesto, la caída de Castillo no iba a ser desaprovechada por Maduro para vociferar sus gastadas letanías contra los enemigos de la revolución latinoamericana y las fuerzas populares. Al final, lo que más le interesaba era retomar el antiguo ¡no volverán! sermoneado reiteradamente por Chávez desde su llegada al poder. Eso es lo que se mantiene en su agenda más allá de los encorsetados diálogos con la oposición.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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