Cataluña, ¿a cuál mitad pertenece usted?, por Omar Pineda
Autor: Omar Pineda
“Ya esto no es lo mismo”. Me lo dice, con voz apagada y asomado a la nostalgia, Jaume, nuestro amigo de la cuadra y cuya definición de lo que llaman el asunto catalán es confusa. Más si lo precede la condición económica, una razón por demás importante para juzgar lo ocurrido este 21-D en el que sorpresivamente el partido Ciudadanos, con su candidata, la joven abogada Inés Arrimadas, obtuvo más de un millón de votos, cifra jamás lograda en estos tiempos para presidir la Generalitat de esta comunidad autónoma que ha sido el dolor de cabeza del gobierno de Mariano Rajoy, pero también –seamos justos– del resto de España.
Digamos que la confusión de Jaime (es el nombre que aparece en su DNI, carnet de identidad, porque la dictadura de Franco nunca aceptó nombres en catalán) obedece al hecho de que a pesar de lograr Ciudadanos 37 escaños de los 135 en disputa, no podrá conformar gobierno. Las agrupaciones ERC (Izquierda Republicana de Cataluña), que encabeza Oriol Junqueras, y JusxCat (Juntos por Cataluña) que dirige Carles Puigdemont, suman, incluso sin ayuda de los 4 escaños de la CUP, la mayoría absoluta de 68 escaños que, como en toda democracia legislativa, es la que decidirá quien ocupará la Presidencia del gobierno catalán.
Un drama –por donde se mire– que no solo asusta a Jaime, un comerciante de 71 años, jubilado y de clase media, sino que mantiene con un pie en el acelerador a muchas de las empresas que negaron sumarse a las más de 6 mil que cambiaron sus domicilios y sedes sociales (junta directiva, pago de impuestos, etc) a ciudades como Valencia, Madrid, León, Gijón o Alicante, cuando en octubre pasado, el Parlament violó el reglamento interno de funcionamiento y sin los votos requeridos declaró la independencia y el nacimiento de la república de Cataluña, razón que obligó al Senado del Congreso a aprobar la solicitud del gobierno para aplicar el artículo 155 de la Constitución e intervino administrativamente el gobierno de una Comunidad Autónoma que había desobedecido la ley que consagra la unidad de España.
Es verdad que, aunque en política nunca se debe desistir de la esperanza, conviene mirar la realidad: Ciudadanos, agrupación de centro-derecha, que nació justo en la acera de enfrente del “emergente” pudo con su “arrastre” crear la ilusión de un gobierno no independentista y por tanto naufragar en expectativas falsas. Ciertamente que durante este vertiginoso proceso independentista se han roto muchas cosas. En Cataluña hay una fractura que parte en dos mitades la sociedad catalana y, por si fuera poco, la revuelta de octubre ha deshilvanado muchos de los hilos invisibles que cosían la relación de Cataluña con el resto de España.
El independentismo ha erigido barreras emocionales, fronteras de agravios y suspicacias, y ha logrado que crezca el recelo mutuo. La desconfianza, esa mirada recíprocamente antipática. Muchas heridas y muy recientes para pensar que unas elecciones por sí solas, y además autonómicas, podían cicatrizar.
Por eso no habrá que hacerse más ilusiones. Admitamos que la sociedad catalana está fracturada y que esta fractura va a tardar en reponerse. Lo que toca ahora, es que el gobierno que surja de la alianza JusxCat y ERC restituya en corto plazo los desencuentros familiares y vecinales; que se proponga un proyecto realista abocado a los problemas reales de la gente. Esos problemas como la sanidad, el desempleo, inseguridad, los refugiados, la educación y hasta de la regulación del turismo. Temas que por cierto no emergieron en los discursos de los candidatos, ya que todos se lanzaron al ruedo del rechazo o la aprobación de la independencia, como si con ello se resolverían los problemas de Cataluña.
Mientras eso no ocurra, y el Estado –desde el Rey al gobierno de Mariano Rajoy– no perciban que el tema Cataluña no se soluciona con represión y encarcelamiento (curiosamente, los dos candidatos independentistas, el ex presidente Carles Pugdemont y el exvicepresident Oriol Junqueras, del JusxCat y ERC están uno en el exilio y el otro preso) o dándole la espalda; al tiempo que el nuevo gobierno no vuelva con la venta de la Arcadia feliz, esta comunidad productiva e industrializada, pero al mismo tiempo tierra fértil para la agricultura y el turismo, no tendrá paz, y todas las soluciones serán transitorias. Entonces correremos el riesgo de que Jaime y su vecino José María sigan sin hablarse, porque la Cataluña de uno no es la Cataluña del otro.
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