Cementerio de voces, último libro de Leonardo Pereira Meléndez, por Gorquín Camacaro
Autor: Gorquín Camacaro
Este libro, está sostenido sobre un hecho real y personal del autor: la misteriosa muerte de su hermano Luis Alberto Meléndez. Juan o Luis parten hacia Comala, o hacia San Cristóbal de Aregue, un pueblo mítico que se convierte en el verdadero protagonista de estas páginas. Allí, envuelto en una tierra vieja que está sobre las brasas de la tierra, «en la mera boca del infierno», se encontrará con las voces de la memoria de personajes de ensueño, que irán tejiendo una historia de deseos, pasado, muertos y visiones irreales, que abarcan, desde mediados del XIX a las revueltas cristeras de comienzos del XX.
Anclada en terreno firme, la novela se dispara en múltiples direcciones, rompiendo el tiempo, confundiendo realidad y alucinación, fundiendo violencia y lirismo con sus conversaciones entrecortadas. Entre espectros, la desolación hace realidad ese «valle de lágrimas» que compone una especie de geografía del dolor, llena de ecos, y aire envenenado. En su laconismo, Luis Meléndez, el personaje central de esta novela, como Pedro Páramo, conforman un impresionante ejemplo de condensación narrativa. El narrador desaparece y deja hablar a su personaje libremente, mediante una estructura «construida de silencios, de hilos colgantes, de escenas cortadas», cediendo el turno al lector para que llene esos vacíos con su imaginación.
A pesar de su marcado hiperrealismo, tradición de otros autores como Guillermo Morón y su conocida novela El gallo de las espuelas de oro, reflejando en el relato con «pelos y señales» a los personajes que conforman esta trama. Generalmente las novelas son una parodia o ironía de la realidad y los escritores omiten los nombres originales de los personajes para ficcional e incluso evitarse una demanda o juicio penal. Menos mal que estamos en presencia de un escritor y abogado penalista que sabrá defenderse si se presentara un juicio incoado por los actores «vivos» del libro que comentamos.
Desde el punto de vista literario, este libro según mi criterio, tiene la impronta de esa tendencia que se llamó el realismo sucio que eclosionó en la obra de Charles Bukowski. El poeta y el escritor que imagino en Pereira Meléndez reconoce en su narrativa como una de sus mayores influencias. Así como también toques rulfianos que hacen hablar a los muertos, emparentándose con una tradición narrativa muy latinoamericana. Fiel a Bukowski o a Henry Miller, hay pasajes en este libro, que están entre la pornografía y el erotismo como recurso estético para atrapar el lector, con gran valor literario, es decir, sin caer en la vulgaridad o los lugares comunes.
Confiesa el autor que: “Antes coleccionaba amaneceres y geranios; una que otra prenda íntima femenina –como lo hacía don Sebastián Francisco de Miranda– que mis novias casadas, viudas, solteras, bembonas y de traseros voluminosos, dejaban tiradas o esparcidas en lugares que hoy existen, solamente, en mi memoria. Ahora colecciono recuerdos. Si algún pecado he cometido es haber confiado a ciegas en el hombre. He andado en medio de lobos y cabalgado sobre el caballo de la muerte. El tártaro no me es ajeno. He estado en él; sus huellas están tatuadas en mi piel. Desde pequeño he sido un severo vagabundo, un mantenido, un holgazán. La historia de la traición es tan vieja como la humanidad. Por eso no creo en la religión de los sacerdotes pedófilos; ni en la amistad de falsos amigos, sino en el “Credo” de Aquiles Nazoa y el de Miguel Ángel Asturias. Por las noches me desvelo buscando la silueta de ausencia de mi gata en celo y el frío pavoroso me convierte en un madero olvidado. Esta soledad que vivo y padezco me transforma en pájaro, hoja y tallo. Busco su origen y encuentro la sonrisa de una vida salteada por la envidia y por la sombra del averno que me sigue. Mi vida no ha sido fácil. A pesar de haber nacido en una humilde casa de la calle San José de Carora, siempre me he comportado como lo que soy y seré siempre: un Príncipe de la Poesía».
Pareciera que al escribir el libro estaba suelto el Diablo de Carora. El mismo lucifer torrense que inspiró a Morón a escribir sus gallos con espuelas de oro o de veneno.
No sabemos si el libro esgrime una verdad procesal o una verdad verdadera como lo plantearía el escritor, pero sí su verdad literaria. La verdad del hacedor de lluvias como el mismo se define
Cementerio de voces. Leonardo Pereira. Editorial Punto, C.A. Venezuela, febrero 2018