Chao, Adriano; por Simón Boccanegra

Murió Adriano, Adriano González León, claro está, pero los apellidos sobran. Decías Adriano y todo el mundo sabía de quien se hablaba. Se fue tal vez como hubiera querido: de golpe y porrazo -para él y para sus amigos-, en la barra de un bar. Escritor grande fue, sin embargo, como Juan Rulfo, hombre de no muchas palabras escritas, aunque, como es sabido, nos dejó una novela memorable, «País Portátil», y varias decenas de cuentos que se cuentan, en esta tierra de cuentistas, entre los mejores que se han publicado. Pero lo suyo era la palabra hablada. Conversador inigualable, inventó y bautizó, con un oximoron genial, un genero sin par: la literatura oral. Muy poco de esos «textos» quedó porque ninguno de los borrachos conocidos (primero muertos que alcohólicos anónimos), que tertuliaban con él tuvo la ocurrencia de grabarlos. Quien recuerde «Contratema», su sabroso programa en televisión, puede darse una pálida idea de lo que era Adriano en la barra del Vecchio o del Hereford. Además, Adriano era también un hombre político. No digo militante, porque esa condición la dejó muy atrás en sus 77 años -por allá, en la Juventud Comunista de los tiempos de Pérez Jiménez y en el MAS de sus tiempos de oro-, sino hombre político. De izquierda, obvio. Un escritor al cual nada en la política le era ajeno. Las últimas veces que nos vimos, Adriano transpiraba angustia y preocupación por su país, pero también ese optimismo, a veces sarcástico, que era propio de su cortante sentido del humor. Con San Pedro, mientras éste arregla los trámites burocráticos, Adriano seguramente tendrá la ocurrencia de echarse un palo para brindar por la vida.