Chavistóbulo, por Teodoro Petkoff
Ya Chávez desgració al negro Aristóbulo. Por ahí anduvo este disimulando, queriendo fingir que no era candidato del gobierno, pero llegó el comandante y puso las cosas en su sitio. Aristóbulo no existe, ese negrito faramallero no es sino el muñeco del ventrílocuo. Chavistóbulo. Por primera vez en la historia moderna del país un gobierno se mete desembozadamente en los procesos internos de las organizaciones laborales, con el confeso propósito de subordinar el movimiento obrero a sus intereses. Chávez lo dijo muy claramente: el movimiento obrero debe tomar la calle para defender la revolución. Puesto que «revolución» y gobierno se confunden en la persona del presidente, la lógica del asunto es impepinable: la defensa de la «revolución» es la defensa del presidente y su gobierno. Ese es el rol de Chavistóbulo. Tratar de hacer de la CTV algo así como la Asamblea Nacional o el Tribunal Supremo de Justicia, una dependencia de Miraflores. Un movimiento obrero cuyos dirigentes sean puros clones de Clodosbaldo Russián.
Ciertamente, la CTV padeció (y padece) de una excesiva partidización. El modelo político venezolano condujo a que los sindicatos, así como casi todas las organizaciones sociales, fueran concebidas como «correas de transmisión de la voluntad del partido» y su conducción obedeciera a la voluntad de los partidos que los dominaban. Esa perversión, sin embargo, no llevó nunca a confundir la organización obrera con el Estado ni con los gobiernos. Aquí no se vio nunca a los presidentes y los ministros participando en campañas electorales sindicales.
Cuando Chávez se hace parte de la campaña sindical está indicando claramente una intención: la de castrar al movimiento obrero, la de mediatizarlo totalmente, según los modelos totalitarios de derecha y de izquierda. Más claro no pudo ser Hugo: Chavistóbulo tendrá una silla en Miraflores. La CTV será un ministerio de Estado y el negro, como cualquier otro ministro, estará allí para reír los chistes del jefe y ponerse firme cada vez que lo griten. Lenin, el mismísimo Lenin, en los primeros años de la revolución bolchevique, señaló la inconveniencia de que el sindicalismo perdiera su autonomía ante el Estado, apuntando que la existencia de conflictos laborales, aun en la Unión Soviética, donde supuestamente la clase obrera gobernaba, aconsejaba un sindicalismo no sometido a los intereses del Estado patrono. El posterior desenvolvimiento totalitario de la sociedad soviética, anuló la concreción de esta interesante admonición leniniana y acabó con el sindicalismo.
Aunque, tal vez estamos dramatizando (eso de citar a Lenin es como excesivo) y le atribuimos intención totalitaria a una acción oficial que, en el fondo, no es otra cosa que la demostración de la debilidad del partido de gobierno entre los trabajadores. Chávez se mete en la campaña porque piensa que Aristóbulo y Maduro, sin la muleta de él, no llegan a ninguna parte. Flaco servicio presta, pues, el jefe del Estado, a los sindicalistas que se identifican con «la revolución» al ponerse a corear aquello de «quién ha visto negro como yo», que su candidato canta como himno de batalla, probablemente sin recordar que era la canción de Claudio Fermín. Lo que está gritando a los cuatro vientos es que entre los trabajadores el gobierno tiene muy poco que buscar