Chimaras y Carreño, por Teodoro Petkoff

Cuando se escuchan las declaraciones de Pedro Carreño, ministro, por ahora, de Interior y Justicia, sobre el bestial asesinato de Yanis Chimaras, uno no puede sino preguntarse cuánto falta para llegar al fondo del barranco por el cual nos estamos despeñando desde hace años. Dijo Carreño que era “sospechosa” la coincidencia entre el crimen contra Yanis y el que tuviera lugar hace una semana contra el dirigente de la organización de motorizados. Ambos, subraya Carreño, eran militantes del “proceso”, de allí que, siempre según el sagaz ministro, cabe sospechar que algunos sectores de oposición pudieran estar detrás de los dos asesinatos. Esta manipulación es una pura indecencia.
Tan grande como la de “periodistas” de alguno de los canales oficialistas que trataban —infructuosamente, por cierto— de sacarle a Lucy, la esposa de Yanis, una declaración contra RCTV. Utilizar de modo tan burdo, tan inhumano y torpe, la militancia política de Yanis, sobre todo en momentos de tanta pena para su familia, sus colegas y amigos, sesgando el caso e insinuando, contra todas las evidencias, la posibilidad de un crimen político, atribuible genéricamente a “la oposición” (amén de tratar de emplear la infortunada circunstancia para atacar al canal 2), constituye una verdadera monstruosidad, una pérdida total del sentido de las proporciones.
Desde esta tribuna quisiéramos llamar a la reflexión a los protagonistas de estos desafueros. El país ya está suficiente y desgraciadamente polarizado como para aprovechar circunstancias dolorosas —para el caso, la muerte de un actor popular y querido—, que generan reacciones unánimes de solidaridad y aflicción entre los venezolanos, y acentuar con ello, artificialmente, las diferencias políticas, potenciando los odios entre compatriotas. Bien sabemos que en esta materia nadie puede lanzar la primera piedra, pero la responsabilidad de la gente del gobierno en tratar de impedir que se llegue a los aberrantes niveles de dividir a las víctimas de tragedias entre “nuestros muertos” y “los otros”, es mucho mayor que la de ningún otro sector. Un ministro no tiene derecho a hablar como lo hizo Pedro Carreño.
Cuando una sociedad llega a ser indiferente ante estas conductas es porque ya la muerte de “los otros”, sobre todo la trágica e inesperada, ha sido banalizada de tal manera que puede ser empleada, con un encogimiento de hombros, como arma arrojadiza contra quien piensa distinto. El desenvolvimiento político del país no puede estar regido por la premisa de que en ese terreno “vale todo”. No, no vale todo, por muy áspera que de suyo sea la controversia política. Hasta para las guerras existen condicionamientos establecidos en la Convención de Ginebra; ni siquiera en los conflictos bélicos vale todo. En política, con más razón, hay límites que no debieran franquearse so pena de que, como lo dijera el Mahatma Gandhi, a fuerza de cobrar ojo por ojo, un día quedemos todos ciegos.