Ciego, sordo, mudo; por Teodoro Petkoff

La desvergüenza y la sinvergüenzura del CNE son algo pocas veces visto en este país. Como hasta ahora ha venido logrando su propósito de pasar por debajo de la mesa, es necesario colocarle encima nuevamente el reflector de la opinión pública. Estos caballeros del CNE de hoy dejan como unos querubines a Etanislao, Semtei y los demás. Porque estos, al menos, pusieron la megaplasta, cierto, pero al menos daban la cara y asumían sus responsabilidades. Pero los de hoy ni siquiera tienen necesidad de esconder la mano, después de tirar la piedra, porque sencillamente no lanzan ninguna piedra. Inmóviles, mudos, sordos, no ven, no oyen, no hablan. Cualquiera diría que no existen.
Después de las elecciones, el CNE debió atender muchos reclamos, como siempre ocurre después de cada evento electoral. Muchas impugnaciones no son pertinentes y otras sí lo son, pero el CNE está obligado a dar una respuesta a todo aquel que exige su intervención. No puede negarse a ello porque su rol de árbitro lo compromete. Pero en el caso de las elecciones del 30 de julio pasado, hace casi nueve meses, se produjeron varios resultados particularmente sospechosos, que llevaron a sus víctimas a solicitar reconteo de votos o nuevas elecciones. Los probos varones del CNE, después de nueve meses, no han proporcionado ningún resultado sobre los casos que debieron atender. Los reclamos de Amazonas y de Cojedes salieron debido a que fueron tramitados ante el Tribunal Su-premo. Pero los que están en manos del CNE yacen envueltos en el más espeso misterio.
Recontaron los votos en Mérida y hasta el sol de hoy, con los más especiosos argumentos, los próceres del CNE no han sido capaces de informar quién ganó. Recontaron los votos en Nueva Esparta y el resultado también está guardado como si fuera la fórmula de la bomba atómica.
En Anzoátegui ni siquiera se han molestado en fingir que prestaban atención al reclamo de Andrés Velásquez. Nadie pide que declaren ganadores a juro a los actuales reclamantes. No se trata de eso, sino de que cumplan con su deber y digan cuál fue el resultado de las impugnaciones efectuadas. Porque el ocultamiento lleva, inevitablemente, a sospechar que estos tipos del CNE, que no se han distinguido por su valentía ni su rectitud, sencillamente no se atreven a decir que los actuales gobernadores en ejercicio pudieran chimbos.
A lo mejor no es así, pero, entonces, ¿por qué no anuncian los resultados? Más aún, ya a estas alturas, incluso si fuere cierto que ganaron los actuales gobernadores en ejercicio, nadie se los va a creer. Aquí, desde el tristemente celebre Consejo Supremo Electoral de 1952, que se inclinó obedientemente ante el golpe de Pérez Jiménez y produjo el fraude, no se había visto nada semejante. Lo peor para ellos es que se han ganado el desprecio no sólo del país, sino también el de aquellos a los que adulan