Ciudad Guayana siglo XXI, por Wilfredo Velásquez
Llegar a Guayana siempre obliga a la reflexión.
Para quienes vivimos la época de la explosión demográfica, producida por la construcción de la infraestructura de las empresas básicas y de la otrora bella Ciudad Guayana, resulta impactante el abandono que se percibe a primera vista; abandono, que en la medida que nos adentramos en la ciudad, se hace dolor y llanto contenido.
Ver lo presente, compunge el alma y atropella los buenos recuerdos.
Los que caminamos la naciente ciudad, sorprendidos, por los primeros atisbos de modernidad y que después, calle a calle vimos surgir del polvo rojo de la tierra, los imponentes edificios y las ordenadas urbanizaciones, que rompían nuestros esquemas y referencias pueblerinas, nos preguntamos ahora, con horror, y sin poder entender, de donde sacó este gobierno semejante capacidad destructiva, para lograr acabar con casi sesenta años de esfuerzos constructivos.
Para destruir el empeño de miles de seres humanos que coincidieron, en esta convergencia de aguas y sueños, se requiere un propósito criminal que solo puede surgir de las desquiciadas mentes, de un colectivo enfermo, alimentado por el odio y el resentimiento.
Si bien con el arribo de hombres y mujeres, proveniente de todo el país y de las más diversas nacionalidades, se vio afectada la guayanitud, los valores, las costumbres, la idiosincrasia y hasta la forma de hablar del guayanés, también es justo decir que los polarizados, o sea los que llegaron atraídos por el polo de desarrollo que fuimos, asumieron en gran medida su identificación y compromiso con la ciudad.
Quiero decir con esto, que los de aquí y los que llegaron, aprendieron a querer y respetar esta naciente urbe.
Ciudad Guayana, recibió el amor de sus hijos legítimos y el reconocimiento y aprecio de sus hijos adoptivos.
Pero… de donde salieron los que ejecutaron su destrucción? ¿Qué cuerpo urbano excretó esta horda destructiva, que en tiempos de socialismo saquearon y destruyeron a nuestra ciudad?
¿De donde sacaron tanto odio, tanto ensañamiento con una ciudad tan acogedora y gentil?
Pareciera inexplicable, que en una ciudad donde siempre privó el esfuerzo productivo y que fue asiento, no solo de las industrias estratégicas, sino que fue caldo de cultivo favorable para todo tipo de emprendimientos, se hayan podido engendrar los artífices de su destrucción.
Pompeya fue destruida por un volcán, Roma resistió la caída del imperio, Berlín fue dividida por un muro de intolerancia, Tenochtitlan existe pese, a la sobre explotación agrícola que la llevo al abandono de sus pobladores, hasta la mitológica Atlántida, tiene una explicación de su destrucción, pero en Ciudad Guayana, ¿que hicieron? ¿Cómo pudieron destruirla ante la mirada resignada de los guayaneses? ¿Con que misterioso brebaje adormecieron a un pueblo del que surgieron los movimientos sindicales más aguerridos?
Aquí, con este sol que exalta colores y belleza, con nuestras caudalosas aguas que marcan el ritmo vivaz de la ciudad, con el babandí y el cachiri, que potencian virilidad y espíritus, ¿que extraño brebaje nos dieron? ¿Porqué aceptamos, adormecido y serviles la acción expoliadora de militares y civiles, que en representación del régimen se apoderaron y saquearon la ciudad?
Aquí vimos a los trabajadores aceptar pasivamente la destrucción de sus fuentes de trabajo, oímos a los presidentes impuestos de la empresas, decir que el papel de estas, no era producir sino defender la nefasta revolución, oímos, contradictoriamente a otro presidente de empresa, invocar a Dios y a los espíritus para que la lluvia, subsanar sus incapacidades, vimos y hasta apoyamos a otro sátrapa para que pasara de un cargo de libre remoción, a otro de elección directa, y le celebramos el saqueo que ha vista de todos realizaba.
Vimos a ministros aposentarse en la ciudad para sofocar los intentos de rebeldía de nuestra clase obrera.
Hemos visto, también, a buena parte de la clase dirigente local, hacerle comparsa al régimen, en sus engañosas actividades anti obreras.
Hemos visto complacientes, adulantes y serviles como las primeras “combatientas” regionales, convertían nuestras principales expresiones culturales, en pasarelas personales para satisfacer sus caprichos faranduleros, con los recursos del estado.
Hemos visto de todo. Pero siempre una cosa peor que la otra. Y lo hemos visto con ojos perrunos, rebosantes de servilismo y adulancia.
¿Que nos pasó?
¿Que misterioso brebaje contiene el discurso socialista?
La ideología socialista convence al pueblo para que se pliegue a los caudillos de discurso populista.
Nos quitaron nuestra vocación productiva. Les dijeron a los incautos trabajadores que serían dueños de las empresas, lo que callaron fue que la producción, las utilidades y las propias empresas serían para provecho de los jerarcas del régimen, les aplicaron el derecho de “pernanca”, les permitieron la boda, con las empresas, pero la primera noche y las siguientes, la esposa les pertenecía a los señores feudales. Fueron dueño por nueve días, y los jerarcas ricos, para el resto de sus días.
Les arrebataron el salario, los beneficios contractuales y sus fuentes de trabajo.
Les hablaron mucho del socialismo, de la propiedad social y todo el discurso socialista.
Solo se callaron, que para el socialismo el salario es la expresión de la explotación capitalista y que, en el comunismo, sencillamente no se reconoce, porque de lo contrario sería aceptar que son explotados por el estado, amo y señor de vidas y haciendas.
Les dijeron, como repetía, Carlitos L. que estaban construyendo el hombre nuevo. En esto también se callaron un pequeño detalle, no les dijeron que el nuevo hombre, tal como lo expresa el Che, termina siendo un esclavo al servicio del estado.
Después que consumaron la expoliación de las empresas básicas, les dijeron que ya no seríamos un país rentista, que dejaríamos de ser un país petrolero, se callaron que al dejar de ser rentistas ya no les inyectarían más recursos a las empresas básicas. Las dejaron morir, mientras se apropiaban junto a las mafias locales de la mermada producción, los recursos destinados a los HCM y cuanta puya encontraban en su camino.
¡Cuanto dolor nos produce caminar “por estas calles»!, donde la basura, los huecos, los botes de aguas negras y la desidia oficial son capaces de borrarnos los recuerdos y engendrar esta tormentosa ira, que solo amaina con la esperanza democrática.