Colombia, aparta de mí este cáliz…
Lo de Bogotá ayer fue atroz. No hay política alguna ni valor humano alguno que pueda justificar ese terrorismo demencial, que mata ciegamente. Pronto se sabrá quién provocó esa carnicería brutal y sobre los autores debe recaer la más absoluta y categórica condena, el repudio más contundente, sin atenuantes de ninguna clase. Para nosotros, los vecinos, se trata de una señal particularmente ominosa. Este es el primer acto de la esperada escalada de la guerra, para la cual tanto Uribe como las guerrillas se han venido preparando y eso no nos va a dejar indemnes. Tanto en términos sociales (desplazados, refugiados que busquen cobijo entre nosotros) como políticos y militares, la gran desgracia colombiana va a profundizar sus efectos sobre nuestro país. El gobierno, que llegado el caso no podría negarse a contribuir en la búsqueda de una salida negociada para la guerra, está obligado, entre tanto, a una conducta totalmente diáfana y sin esguinces frente al drama colombiano. La relación es entre los dos gobiernos, los dos Estados. Eso es lo que tiene que significar la asistencia de Chávez a la toma de posesión de Alvaro Uribe. No debe ser vista como un acto ritual.