Cómo se destruyó el sistema de crédito en Venezuela (I)
El deterioro del financiamiento privado en Venezuela afecta tanto a consumidores como a empresarios. Hoy, los límites de las tarjetas de crédito apenas cubren la compra de productos básicos, los préstamos hipotecarios son un recuerdo lejano y los préstamos para sectores clave como el automotriz o el industrial se redujeron de manera considerable. TalCual presenta este primer texto del seriado «Érase una vez…» en el cual se muestra cómo cambiaron varios aspectos de la economía venezolana en las últimas dos décadas
Para la mayoría de los jóvenes venezolanos, las tarjetas de crédito son un concepto prácticamente de película. En un país donde el salario mínimo no supera los tres dólares mensuales, el financiamiento bancario no es una herramienta accesible para la mayoría de los ciudadanos como lo sería en otra economía de la región o como lo llegó a ser en el pasado de Venezuela.
«Yo nunca he usado una tarjeta de crédito, no se cómo se maneja. A veces escucho a personas mayores hablar de ello y me quedo pensando qué tan beneficioso será tenerla. He solicitado varias veces una tarjeta de crédito a dos bancos distintos y nada. La última vez el banco me informó que no recibirán más documentos de solicitud en las oficinas y que sólo estarían avisando a los clientes cuando se les autorizará una nueva tarjeta», contó Gustavo Pineda de 25 años y de profesión abogado.
En las décadas pasadas, los préstamos bancarios en Venezuela eran un motor fundamental de la economía. Las tarjetas de crédito no solo cubrían emergencias, sino que también permitían financiar bienes duraderos, como vehículos o artículos de línea banca o marrón. El acceso a créditos hipotecarios impulsaba el mercado inmobiliario, mientras que los préstamos para adquisición de automóviles mantenían viva la industria automotriz. Sin embargo, esta realidad comenzó a desmoronarse en las últimas dos décadas.
«Recuerdo que con la tarjeta de crédito, por ejemplo, pagaba un boleto de avión para irme de vacaciones o para pagar la compra de una lavadora o un televisor. Ahora el límite de una de mis tarjetas no llega ni a 50 dólares y solo me alcanza para pagar algunos alimentos, mientras que la otra la tengo en un dólar desde hace tiempo y el banco no me aumenta la cobertura», señaló Joseph Campos, un profesor universitario de 50 años.
Para entender un poco más la destrucción del sistema crediticio se debe considerar que Venezuela está entre los países con las hiperinflaciones más prolongadas de la historia, además de las múltiples reconversiones monetarias y un largo período de recesión económica.
La economía venezolana entró oficialmente en hiperinflación en diciembre de 2017, cuando la inflación mostró una tasa mensual de dos dígitos de 55,6%, según el Banco Central de Venezuela (BCV). Este fenómeno se extendió por 37 meses y finalizó en diciembre de 2020. Sin embargo, el cálculo del Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF), una consultora privada, sitúa el inicio en noviembre de 2017 y su culminación en febrero de 2021, acumulando 40 meses de hiperinflación.
La pérdida del valor nominal del bolívar está marcada por tres reconversiones monetarias en 14 años, que resultaron en la eliminación de 14 ceros a la moneda. En el gobierno de Hugo Chávez -en 2008- se eliminaron tres ceros para dar paso al bolívar fuerte, posteriormente, Nicolás Maduro eliminó cinco ceros en 2018, introduciendo el bolívar soberano; y en medio de la crisis económica de 2021, se eliminaron seis ceros para adoptar el bolívar digital.
Además de la hiperinflación y las reconversiones, Venezuela enfrentó siete años consecutivos de recesión económica entre 2014 y 2021, el período más largo registrado en su historia reciente. Durante este tiempo, el Producto Interno Bruto (PIB) se contrajo en más del 70%, de acuerdo con datos de la consultora Ecoanalítica.
Este problema se exacerbó por la dependencia casi exclusiva en la industria petrolera, ya que las fluctuaciones en los precios y volúmenes de exportación impactaron directamente en las finanzas públicas nacionales, al disminuir el ingreso de divisas, lo que limitó la capacidad de los bancos públicos y privados para ofrecer financiamiento.
En paralelo, una resolución del BCV en octubre de 2019 vinculó los créditos a la fluctuación del dólar, incrementando los pagos por capital e intereses si el tipo de cambio sube. Esto paralizó el préstamo comercial, ya que las empresas, especialmente aquellas que operan en bolívares, temen no poder afrontar las deudas ante la volatilidad de la divisa norteamericana frente al bolívar. Los datos oficiales muestran que estos financiamientos, que representaban dos tercios del total en 2018, se redujeron a la mitad para finales de 2019.
La disminución del crédito en Venezuela viene de las medidas que se tomaron en 2018 con el «Plan de recuperación económica» propuesto por Maduro. «Entre esas medidas, se implementó en la banca un encaje marginal del 100% como parte de una política destinada a controlar la inflación de seis dígitos, lo que restringió severamente el acceso al crédito. Más adelante, esto se modificó por un encaje de 75%, que continúa siendo el más alto del mundo, pero más estándar», explicó un economista consultado que prefirió no ser identificado. Esto significa, que de 100 bolívares que le ingresa a la banca en depósitos, debe entregar 75 bolívares a las bóvedas del BCV, dejando una muy baja disponibilidad para prestar.
En un escenario de estabilidad macroeconómica y con una inflación relativamente baja, se podría tener créditos de todo tipo: a corto, mediano y largo plazo, tanto para consumo como para el sector industrial, comercial y productivo.
«Esto aliviaría la carga financiera de las empresas, ya que los créditos a largo plazo ofrecen mejores condiciones. Sin embargo, estos volverán únicamente cuando el país alcance estabilidad económica y las personas puedan planificar con una perspectiva a largo plazo. Hoy por hoy, la realidad es otra: todo se limita a financiamientos de corto plazo, generalmente de meses o semanales», agregó el economista consultado.
Un sistema financiero irreconocible
Aunque en 2024 varias entidades financieras, como el estatal Banco de Venezuela, reactivaron los créditos, sus montos siguen siendo insuficientes para un mercado que fue marcado por años de hiperinflación y una política monetaria restrictiva, ya que los límites promedio oscilan entre los 2.000 y 13.000 bolívares, que equivaldrían a 43 y 297 dólares al cambio oficial de 46,62 Bs/$. Según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM), el precio de la canasta alimentaria familiar en octubre pasado fue de Bs 23.750 bolívares o el equivalente a $539,79.
El encaje legal continúa limitando significativamente la capacidad de la banca para ofrecer financiamiento, porque llevó a que prestar dinero fuese una acción bastante difícil para el sector.
La banca venezolana experimentó una reducción en su tamaño y capacidad operativa a niveles nunca antes registrados en su historia. Según cifras de la Superintendencia de las Instituciones Bancarias (Sudeban), la intermediación financiera (medición entre depósitos recibidos y préstamos otorgados) cayó a 13,43% en agosto, muy por debajo del promedio histórico de 65%. Esto implica que por cada 100 bolívares recibidos, los bancos sólo lograron prestar Bs 13, reflejo de la paralización del crédito.
Mientras la cartera crediticia en Venezuela apenas alcanzó los 213 millones de dólares, en países como Nicaragua con una economía mucho más pequeña, los créditos sumaron $4.700 millones. En contraste, Colombia registró $145.042 millones y Brasil encabezó la región con $791.700 millones en préstamos al cierre de 2019. Analistas acotan que el sistema bancario venezolano, en su conjunto, llegó a ser más pequeño que un solo banco mediano de cualquiera de estos países. Debido a la fuerte caída de los préstamos, esto dejó a la banca local con «raquitismo financiero», según el economista Leonardo Buniak, experto en riesgo financiero.
Esto afectó directamente a los sectores productivos de manera contractiva a nivel macro, ya que el crédito siempre ha sido la principal vía de financiamiento en Venezuela, como en la mayoría de los países del mundo. «Cuando se revisa la parte pasiva de cualquier balance, el crédito bancario tiene un peso importante y al desaparecer, el funcionamiento de las empresas se complicó enormemente», sostuvo el economista consultado.
Dicha situación ocasionó que las empresas tuvieran que recurrir al autofinanciamiento, lo que significaba depender del patrimonio de los dueños. Esto, obviamente, tiene un límite, especialmente en un entorno de incertidumbre y miedo. El funcionamiento de las empresas cambió: «Como menor crédito implica menor actividad económica, menor gasto en inventarios y un impacto que a nivel macroeconómico se sintió de manera contractiva», argumentó.
En 2024, algunas entidades como el estatal Banco de Venezuela (BDV), Bancamiga o Banesco han intentado revitalizar el crédito. Por ejemplo, durante el primer semestre del año, el BDV otorgó 459.729 créditos para una cartera de 614 millones de dólares, lo que representa 30% del mercado financiero nacional. Además, reactivó programas como Credijoven, Credimujer y EmprendeBDV, enfocados en sectores agroproductivos y comerciales, que concentran 71 % del apoyo financiero.
«Por ejemplo, se evidencia la debilidad del sistema de crédito en la falta del financiamiento necesario para los proyectos de construcción, que dependen en gran medida del crédito para poder desarrollarse», señaló el economista.
A su criterio, en el área agrícola el impacto también es significativo. Por la naturaleza de la actividad, el financiamiento es clave, ya que hay que invertir en la siembra y los retornos se obtienen meses o incluso más de un año después. Sin crédito, la actividad agrícola se ve seriamente limitada.
El impacto se amplía a otros sectores. La disminución de los créditos hipotecarios congeló el mercado inmobiliario, dejando a miles de familias sin opciones para adquirir viviendas. En paralelo, la industria automotriz sufrió una caída drástica ante la falta de financiamiento.
Para el año 2015, 70% de los vehículos que se vendían en Venezuela eran con crédito, de acuerdo con el presidente de la Cámara de Fabricantes de Autopartes (Favenpa), Omar Bautista, en entrevista para diversos medios. Sin préstamos para vehículos, el sector quedó prácticamente paralizado, obligando a concesionarios y ensambladoras a paralizar sus operaciones y depender de la importación de vehículos.
Para María Elena Gómez, una docente jubilada de 62 años, el crédito bancario fue su aliado para adquirir un vehículo en el pasado. «En 2005, pude comprar mi carro gracias a un crédito del banco. Era algo muy accesible en ese entonces, con cuotas mensuales que uno podía pagar sin tantos sacrificios porque el sueldo lo permitía. El carro fue indispensable para mi trabajo y para movilizarme con mi familia. Hoy ya no hay esa facilidad», comentó.
En contraste, las ventas de motos han tenido un repunte por la opción de financiar las compras de sus clientes. Motos Bera, Motos Toro y Motos Yes son algunas de las empresas que permiten adquirir estos vehículos en cuotas de 3 a 12 meses.
Pedro Rojas, de 27 años, optó recientemente por esta alternativa más económica. «Comprar un carro estaba fuera de mi alcance, pero necesitaba un medio de transporte para trabajar y moverme por Caracas. Terminé comprando una moto, que conseguí sacar con una inicial y nueve meses de cuotas», destacó.
Alternativas emergentes
«Nunca he tomado en cuenta las tarjetas de crédito, para financiar mis compras grandes he optado por unirme a ´bolsos´ organizados por conocidos. Para esto, a cada participante se le asigna un número y, según el orden, se le entrega el monto total acumulado. Por ejemplo, en mi caso, éramos 10 personas aportando 100 dólares mensuales, lo que significa que cada uno recibe 1000 dólares cuando le toca”, relató Ángel Colina, un joven abogado de Caracas.
Mencionó que empezó a usar esta alternativa porque necesitaba dinero para comprar una cocina y algunos electrodomésticos, pero se necesita confiar en quien organiza, ya que este sistema no tiene supervisión oficial y depende del compromiso de todos los participantes.
«No genera intereses y es una forma efectiva de reunir dinero en una economía con tantas limitaciones, pero quizá sería más fácil tener tarjetas de crédito que puedan cubrir gastos importantes para ir amueblando mi casa», contó Colina.
Ante esta realidad, el mercado comenzó a adaptarse a nuevos modelos de financiamiento que buscan ofrecer soluciones rápidas y accesibles. La más famosa actualmente en el país es Cashea, una aplicación que cuenta con más de 5,6 millones de usuarios y una red de más de 4 mil tiendas aliadas en 20 ciudades del país.
Según Pedro Vallenilla, CEO de Cashea, los comercios necesitaban acercar sus productos a los consumidores con facilidades de pago, y esta plataforma actúa como la herramienta y garante financiero para que estas operaciones se lleven a cabo de manera efectiva.
Al descargar la aplicación y crear el perfil, en cuestión de minutos el usuario tiene acceso a tres programas de financiamiento. Estos se dividen en financiamiento a 14 días, ideal para compras cotidianas como alimentos y medicamentos; financiamiento a 42 días, pensado para compras más puntuales, como cauchos, cambio de aceite, teléfonos, zapatos escolares o lentes o financiamiento a 6, 9 y 12 cuotas, destinado a compras más aspiracionales o de mayor valor.
Uno de los aspectos más destacados de Cashea es su baja tasa de morosidad. Según Vallenilla, actualmente solo uno de cada 100 dólares procesados a través de la plataforma es considerado incobrable. Esto contrasta con los niveles iniciales de la empresa, donde la cifra era de tres dólares por cada 100.
«Esto refleja algo importante: el venezolano está entre los mejores pagadores de Latinoamérica. Con más de 25 millones de eventos de repago en nuestra plataforma, podemos estar orgullosos de la responsabilidad y confianza que caracteriza a los usuarios», resaltó.
Este comportamiento de pago, especialmente en el crédito de consumo, asegura Vallenilla, está vinculado tanto a la calidad percibida del servicio como a la preparación de la sociedad venezolana para adoptar este tipo de soluciones financieras. Mientras el producto percibido por parte de los aliados y usuarios sea de alta calidad, los incentivos para dejar cuotas morosas disminuyen.
Aseguró que Cashea ofrece una alternativa útil porque la gente enfrenta problemas de flujo de caja. Por ejemplo, alguien puede no tener todo el monto necesario para un pago hoy, pero sí en cuotas.
De hecho, esto también podría dar una radiografía de la situación económica del venezolano promedio, donde ven necesario pagar compras pequeñas en cuotas, como hacer el mercado, comprar combos de comida rápida o hacer viajes en aplicaciones de transporte como Yummy Rides, con montos que comienzan desde los 10 dólares.
El economista José Hernández consideró que iniciativas similares tienen espacio para crecer porque actualmente no hay crédito al consumo. Pero, a medida que las tarjetas de crédito recuperen su importancia, veremos una competencia entre el crédito al consumo bancario y alternativas como las que ofrece Cashea.
«Hay que ser realistas sobre el alcance de este tipo de soluciones. Cashea puede ser una herramienta con un peso relativo para la economía, pero lo que Venezuela necesita es que el crédito bancario recupere su protagonismo, como ocurre en cualquier economía medianamente desarrollada», destacó el economista.
Recuperación a mediano plazo
TalCual consultó al economista sobre qué tan viable es que Venezuela recupere un sistema de crédito funcional y estable en el mediano plazo. Su percepción es que el crédito ha crecido, pero de manera insuficiente y muy lenta.
Considera que es probable que con la actual crisis cambiaria el ritmo de ascenso del crédito sea menor en los próximos meses. «En una economía como la venezolana, dependiente del petróleo y del ingreso de divisas provenientes de este sector, muchas variables están interrelacionadas», sostuvo.
Puntualizó que, aunque esto puede parecer una afirmación simplista, el ritmo de ascenso del crédito está directamente relacionado con el ritmo de disponibilidad de divisas que tenga el país. En el caso venezolano esto depende, por ahora, de lo que ocurra con la industria petrolera, ya sea por el lado de la producción o del precio del crudo. Sin suficientes divisas, el crédito continuará siendo limitado y aunque en el futuro será necesario diversificar la economía, la realidad actual sigue dependiendo de los ingresos provenientes del petróleo.
«Por supuesto, se necesitan variables macroeconómicas estables. Sin embargo, debemos entender que el ritmo de crecimiento de la economía está ligado al comportamiento de la producción petrolera. Claro, en el futuro habrá que diversificar la economía, pero actualmente esa es nuestra realidad. Lo hemos visto claramente: cuando la producción petrolera se recupera, el crédito tiende a aumentar. Cuando se estanca o no crece, ocurre lo mismo con el crédito y con la base monetaria. Todo está interrelacionado», explicó José Hernández.
Confianza para reactivar el crédito
Por otro lado, Pedro Pacheco, presidente ejecutivo de la Asociación Bancaria de Venezuela (ABV), destacó la importancia de una regulación adecuada y de la estabilidad económica para que el sistema de crédito venezolano recupere su funcionalidad y alcance a más personas.
Resaltó que la relación con la Superintendencia de Bancos ha sido clave para mantener una comunicación fluida en la implementación de normas y resoluciones. «Desde el punto de vista regulatorio, por supuesto que siempre hay retos por mejorar. Sin embargo, los grandes desafíos están en que la economía siga creciendo, que incorporemos más tecnología y, sobre todo, que el crédito llegue al mayor número de personas posible», indicó.
El presidente de la ABV reconoció que en 2024 hubo avances significativos, como el aumento en el uso de tarjetas de crédito y un crecimiento relativo en la cartera de préstamos. Reconoció que aunque han observado mejoras, son conscientes de que todavía no es suficiente.
«Tenemos que mantener esta tendencia, porque ningún país se desarrolla sin dos grandes elementos: educación y acceso al crédito. Si logramos fortalecer ambos, impulsaremos no solo la economía, sino también el desarrollo social», detalló.
Sobre los retos para reactivar completamente el acceso al crédito, Pacheco explicó que están directamente vinculados con la estabilidad económica. A su parecer, en la medida en que la economía crezca, se estabilice la divisa y se logre controlar la inflación, que ya viene bajando de forma considerable, los bancos generarán confianza a través del diseño de instrumentos financieros que hagan atractiva la inversión en bolívares, protegiendo el poder adquisitivo de los ahorristas.
«Es fundamental crear mecanismos que garanticen que la gente no pierda en términos reales, para que el bolívar se convierta en una opción frente a las divisas», puntualizó.
En cuanto a las proyecciones para 2025, Pacheco señaló que las autoridades prevén un crecimiento económico sostenido. «El sistema bancario es un reflejo de la economía. Si la economía crece, el sistema bancario también lo hará, y con ello el crédito. Lo importante es que este crecimiento llegue al mayor número de personas posible», concluyó.
Pedro Vallenilla comparte la opinión y considera que Cashea tiene que ser una de las muchas soluciones que deben de existir en el mercado para poder solucionar este problema. Dicha solución parte no solamente del crédito bancario, sino también del crédito privado. Mencionó que históricamente siempre se ha llamado al crédito bancario como el responsable último de traer un crédito de consumo, pero el crédito privado juega una parte fundamental.
Las aplicaciones y compañías de financiamiento fuera de la banca también son esenciales, y en toda Latinoamérica han demostrado su efectividad. Sin embargo, concuerda en que el sistema bancario debe asumir nuevamente un rol protagónico en el financiamiento de los consumidores, porque «no es lo mismo un producto de 42 días sin interés o de 14 días sin interés que el venezolano tenga acceso a una tarjeta de crédito que permita no solo el consumo local, sino también internacional».
En este sentido, considera que las decisiones económicas y políticas que se están tomando apuntan hacia el restablecimiento de un sistema de crédito funcional. «Hay que pasar de un proceso hiperinflacionario a uno de bajo encaje legal y luego masificar los productos de crédito llevará tiempo, pero lo vemos como algo posible».