Cómo ser ultra y no perecer en el intento, por Simón Boccanegra

El ultraísmo en política responde, esencialmente, a la estructura psicológica de la personalidad. Es una vocación por los extremos, una ceguera para los matices, una visión en blanco y negro. Hay gente que nace así. Son incurables. Sin embargo, y vaya en su descargo, el ultra, incluso el que cambia de bando, aunque de un insoportable supremacismo moral, por lo general es sincero. Cree en lo que sostiene. Pero, cuando un ultra de izquierda, por ejemplo, abandona las posturas extremas, sigue siendo ultra, pero de derecha.Y a la visconversa.
Eso se ve mucho en ciertos curas de izquierda. Saltaron del derechismo clerical al ultraísmo de izquierda más desenfrenado.
También en quienes fueron ultrosos en la universidad y años después continúan comiendo candela (retórica, por lo general) pero en la punta opuesta.Tomemos por caso a la señora María Sol Pérez Schael, quien ahora milita en Proyecto Venezuela y suele escribir unos artículos vitriólicos en El Universal, donde lo más menudo que tiene para la gente de la CD –ahora que la línea trazada por el capo del partido es la de volver leña a esta– es que hacen lo que hacen por dinero.
A la señora, que ahora es ultra de derecha, la recordamos por allá por los setenta, estudiando en París. Para entonces la Pérez Schael era maoísta. ¡MAOÍSTA!, caballero, así como lo oyen. El non plus ultra del ultraizquierdismo occidental de la época. Saltó de un extremo al otro sin pasar por Go.