Comuna comeflor, por Teodoro Petkoff
Hasta ahora el socialismo del siglo XXI no ha pasado de ser una reproducción del tradicional capitalismo de Estado venezolano, con un Estado-patrón, propietario de grandes empresas. Pero también se ha intentado una avanzada hacia el desarrollo de algunas nuevas formas de organización económica y social. Primero fueron las cooperativas, ensayo que fue dejado a la buena de Dios una vez que Chacumbele descubrió que el cooperativismo también es capitalista. Se experimentó también con la cogestión. Cuatro fueron las empresas escogidas para ello. Dos, la papelera y la de válvulas petroleras, técnicamente quebradas, sobreviven gracias al fisco nacional; son meras empresas estatales, con sus trabajadores tan al margen de la gestión como lo estuvieron siempre; la textilera no ha arrancado ni arrancará. La cuarta, Alcasa, silenciosamente, volvió a ser la empresa estatal de siempre: quebrada, obsoleta, ineficiente y sobrecargada de personal. En la gestión de ninguna de las demás empresas del Estado existe la más mínima participación de los trabajadores.
Pero, en una de las 26 leyes, la de Fomento y Desarrollo de la Economía Popular, el oficialismo vuelve a la carga, pretendiendo legislar sobre la creación de «nuevas formas de organizaciones socioproductivas que surgen en el seno de la comunidad». Hemos entrado de lleno, pues, en el terreno de la utopía. Vienen a la mente los ácidos comentarios que Marx y Engels dedicaron en el Manifiesto Comunista a quienes denominaron «socialistas utópicos». Valoraban su carga generosa, pero se burlaban de su ingenuidad y de su total divorcio de la realidad.
«En lugar de la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas (…) una organización de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes sociales«. Como si hubieran pensado en Chacumbele y sus planes, escribieron de aquellos utopistas que «intentaban abrir camino al nuevo evangelio social (…) por medio de pequeños experimentos, que, naturalmente, fracasan siempre«. Es como si estuvieran hablando de todas esas zarandajas que ha ido inventando Chacumbele por el camino: cooperativas ficticias, EPS, núcleos endógenos, saraos, gallineros verticales, cultivos organopónicos y, ahora, esas difusas organizaciones de «prosumidores y prosumidoras» que intercambiarán entre sí ¡mediante el trueque! Porque Chacumbele no escarmienta. Como los utopistas de los que se mofaban Marx y Engels, Chacumbele «continúa soñando con la experimentación de sus utopías sociales«. Cuando se le escucha proponer a los vecinos de la barriada petareña de La Bombilla un pedazo de costa para que pesquen y unas hectáreas de llano para que siembren, es difícil discernir si se trata de mamadera de gallo o de delirio. Menos mal que hasta ahora a nuestro utopista no le ha dado, como a Stalin, Mao y Pol Pot, por matar gente si no se meten a «prosumidores y prosumidoras».