Conciudadanos: una reflexión necesaria, por Pedro Luis Echeverría
Twitter: @PLEcheverria
La creciente e inconveniente ola de críticas sin fundamento, descalificaciones, insultos, acusaciones y pare usted de contar, intercambiadas entre sí por parte de los opositores al régimen para juzgar determinadas actitudes individuales, pareciera que es, por una parte, el principio del fin de la coexistencia democrática y, por la otra, el precio que muchas personas tienen que pagar por desear tener cierto grado de influencia en la forma de gobernar un país que nadie sabe cuándo se va a arreglar y en el que se han aplicado, una y otra vez, soluciones que nunca funcionaron y que carecían de posibilidad de concretarse en la realidad.
Sobre este particular, creo que vale la pena hacer alguna reflexión:
Los regímenes de corte totalitario como el que asola al país, contienen una abundancia de zonas grises que no permiten establecer con absoluta claridad las fronteras entre quiénes son sus fanáticos seguidores y quiénes sus resueltos resistentes.
Para caracterizar el proceso político-social que ha permitido la paulatina entronización del régimen chavomadurista, se afirma, con gran ligereza, que es producto de una “responsabilidad compartida”, sin considerar las diversas motivaciones que han condicionado las actitudes de los resistentes frente al gobierno. En la mayoría de los casos, el terror desarrollado por los servidores del régimen, basado en un discurso que ha actuado con la imagen de una fuerza inclusiva pero que en la praxis de su acción cotidiana, por el contrario, se ha caracterizado hasta la saciedad por sus aberrantes rasgos excluyentes, ha sido perversamente utilizado por la dictadura para desalentar a la disidencia. La inclusión pregonada por el régimen se fundamenta en la exclusión ajena y en la exigencia a sus seguidores de un servilismo aberrante, complaciente, sordo y ciego que los convierta en cómplices de las innumerables violaciones y arbitrariedades perpetradas por el régimen, durante el tiempo que ha usufructuado el poder.
No seríamos realistas si no comprendemos que existe una inmensa zona de diversos tipos de obligada convivencia de los ciudadanos con el poder omnímodo del régimen.
Hay abundancia de situaciones y multiplicidad de motivaciones en las personas que las llevan a adoptar actitudes que podrían ser calificadas como complicidades atenuadas.
Esos tipos de relaciones con el régimen no pueden separarse del engaño, la mentira, la intimidación, de las frustraciones previas, de las formas perversamente falsas cómo la dictadura ha pretendido erigirse en el instrumento de redención para una vida mejor, del arrebato artero a los derechos inalienables del hombre libre, de los juicios que califican a los ciudadanos en dignos e indignos, de la persecución, reclusión y exilio de los “disociados”. Todo ello, para conformar una especie de advertencia para los resistentes, que genera un cierto grado de resignación para los pasivos receptores de los cambios políticos y una entusiasta verificación de superioridad para quienes acompañan “al proceso”.
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Esta manera de gobernar ocasiona que todavía mucha gente no perciba cabalmente la profundidad y gravedad de la catástrofe nacional por la que atravesamos y que nos afecta a todos; que no haya advertido aún cosas tan obvias como son la imposibilidad de construir un país en el que se prescinda de un gran contingente humano por no coincidir con la visión ideológica del dictador, ni tampoco el acelerado derrumbamiento del prestigio del régimen y la erosión del mito Chávez.
Asimismo, aún no se han percatado de la naturaleza y consecuencias de los métodos totalitarios, cuyas características principales son el despotismo y la prepotencia política, el discurso populista, el odio a la libertad, el quiebre de los valores morales, el engaño, la mentira, el caos institucional, el acoso a las ideas contrarias para impedirle cualquier vía de expresión, la brutalidad represiva, la permanente incitación a la violencia, la adhesión fanática y programada de las masas, el uso exacerbado de banderas, uniformes y símbolos y el despliegue de fuerzas de choque que dan a los desprevenidos ciudadanos una sensación de gran poderío del régimen y su partido.
Ello, influye poderosamente en el ánimo de las personas, facilita la aparición de sentimientos de impotencia y la consecuente neutralización de los principios y tradiciones democráticas y morales en los que ha creído y vivido.
Contra todo eso hay que luchar y convencernos de que cuando el totalitarismo avanza, están en peligro de desaparición los derechos a pensar por nosotros mismos, a expresar libremente nuestras creencias, a tomar con nuestro libre albedrío las decisiones que atañen a nuestra vida y las de nuestro grupo familiar. Ante tales circunstancias no hay miedo que valga y espacio posible para ser atemorizados. El tomar conciencia de que lo que nos ocurre y nos seguirá ocurriendo es consecuencia del régimen que tenemos y que de no detenerlo los males serán mayores, es la mejor defensa que podemos disponer ante esa terrible amenaza.
Sin más por el momento, nos reencontraremos el año que viene.
Pedro Luis Echeverría es economista y consultor.
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