Contra la unidad, por la acción conjunta, por Rafael Uzcátegui
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En el esfuerzo por la recuperación de la democracia en Venezuela la “unidad”, entendida en sentido amplio, es un principio clave. El título de este texto, no obstante, quiere problematizar lo que en los últimos años hemos entendido bajo este término, que a nuestro juicio no solo ha sido contraproducente sino también funcional para que el autoritarismo logre su principal objetivo en su permanencia infinita en el poder: la separación de quienes lo cuestionan.
¿Qué es lo que hemos interpretado como “unidad”? Precisamente, ser “uno”, análogos y compactos en la respuesta a la dictadura. Como reza el concepto, cultivando la propiedad de no dividirnos ni fragmentarnos, sin destruirnos. La polarización, que principalmente fue azuzada por el populismo autoritario de izquierdas que hemos padecido en los últimos años, construyó en contraste la identidad “antichavista”, que obligatoriamente debía asumir cualquier disidente para ser reconocido por los otros como tal. A partir del año 2015, con la exacerbación del cénit de la ausencia de democracia, la estrategia de mayor consenso promovida por la oposición derivó en el llamado mantra de los tres pasos (cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres). En este punto “la unidad”, como se internalizó por una serie de situaciones, era ser parte de la identidad “antichavista” sin fisuras y comulgar, sin ningún tipo de duda, con el mantra. Una curiosa voltereta del enfrentamiento del militarismo hegemónico: la pretensión de pensar y actuar, todos, de manera similar.
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Espero ser suficientemente pedagógico con el punto. Hay ocasiones en la historia en que la sincronía de las fuerzas sociales detrás de una misma estrategia no solo es importante sino útil en el logro de los objetivos planteados. Pero, en el caso venezolano reciente, especialmente en la fase que inició a partir de enero de 2019, este tipo particular de “unidad” no solo fue ineficiente para lograr cualquiera de sus metas sino que debilitó al conjunto del campo democrático hasta el grado de crisis en el que nos encontramos en el momento en que esto se escribe.
Este tipo de “unidad” presupone una vocería única —valga la redundancia— que la represente. Y si la duración del conflicto ha erosionado los procesos internos de toma de decisiones es un caldo de cultivo para que aparezcan las tensiones por la disputa de su control. El autoritarismo solo tuvo que esperar el tiempo suficiente para que las contradicciones internas emergieran. De esta manera pudo introducir los estímulos necesarios para aumentar exponencialmente la separación y, finalmente, que los puentes de comunicación entre las partes se dinamitaran hasta impedir cualquier iniciativa común.
Si nuestro esfuerzo, en vez de enflaquecer al autoritarismo nos debilita, es hora de repensarlo. Insistir en él es profundizar los resultados conocidos. Si el chantaje unitario —por calificarlo provocativamente— ha sido ineficaz, es hora de innovar con la dispersión estratégica: atacar al autoritarismo, simultáneamente, desde varios puntos.
Este método ha sido llamado netwar o enjambre en la literatura sociológica, y hay múltiples ejemplos de cómo ha sido aplicada en los últimos años en diferentes latitudes y conflictos.
Para aclarar confusiones: no es ningún llamado al “dibujo libre” o que cada quien haga lo que le parezca. Una estrategia de dispersión tipo “avispero” necesita de flujos de comunicación y coordinación entre las diferentes partes, pues la idea es reaccionar conjuntamente a una amenaza común.
En una ofensiva de avispero todas las iniciativas son legítimas en sí mismas. Los actores son distintos, en sus intereses y subjetividades. Por ello la única discusión pertinente es la de la eficacia, que debe valorarse en función de la serie de metas que cada una haya definido. Nos guste o no, en política hay un gran abanico de posibilidades que usted y yo podemos discutir, moralmente, hasta el infinito, que van desde la mínima confrontación hasta la insurrección armada. Lo cierto es que seguirán estando si las situaciones de opresión y empobrecimiento persisten. En vez de dilapidar energías en interpelar su legitimidad, el debate debe reorientarse hacia los niveles de eficacia, que les haga ganar o perder seguidores. Que cada quien escoja la estrategia con la que se sienta más cómodo y haga peso desde ese punto. Lo importante es tener la capacidad para responder colectivamente a las agresiones comunes y mantener las coordinaciones necesarias para identificar oportunidades en la que una ofensiva común pueda aumentar el desgaste del elefante autocrático.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Coordinador General de Provea.
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