El crimen y la xenofobia gubernamental
¿Cuántas veces hemos escuchado a funcionarios de alto nivel decir que algún método violento es «importado»? Lo ha dicho el ministro Padrino López, también el ahora fiscal impuesto Tarek William Saab, y no pocos voceros de la pléyade de entrevistados de los medios gobierneros.
No pocos han acusado a ciertas prácticas delictivas como traídas desde Colombia. El comentario se originó cuando aparecieron casos en Venezuela donde a la víctima le habían hecho «la corbata». Ahora la cosa ya va más allá, como la vileza del hampa criolla.
En las distintas ciudades del país se registran tiroteos al aire libre como si del viejo oeste se tratara, se encuentran cadáveres decapitados o mutilados, cuerpos «picados», ataques con explosivos de gran fuerza mortal (granadas y morteros, por mencionar dos). El horror se ha impuesto como forma de actuar de la delincuencia criolla. Pero el mensaje de muchos sigue siendo que «nosotros no somos así».
Es parte de la fantasía de que el ADN venezolano tiene algo luminoso de por sí, la misma idea que soporta tantas cuñas publicitarias basadas tan solo en el «así somos».
En realidad, nos hemos convertido en una sociedad con altos niveles de indolencia, que ha normalizado la violencia y que tiene integrantes que no solo la ejecutan sino que la disfrutan. El sadismo es la evolución. No haber hecho los correctivos al tema de la delincuencia durante décadas hizo que los márgenes se rompieran. Un malandro que quiera mostrarse más fuerte que otro recrudecerá sus métodos, igualmente la impunidad lo arropará como en el 98% de los casos, como admitió en su momento el Ministerio Público.
Un gobierno responsable lo admitiría, haría el diagnóstico correcto y a partir de allí diseñaría políticas de atención al respecto. La sociedad no es irrecuperable, como decía aquel Hombre de la etiqueta; o al menos aún no lo es. Pero hay que ponerse a trabajar. No basta mirar hacia otro lado, buscar excusas, dejarle la labor a las ONG que no tendrán nunca la capacidad ni la cobertura del Estado.
Desestimar los niveles de violencia, de sangre, de sadismo adjudicándolos a que «vienen de afuera» es, además, una manera muy barata de culpar a un enemigo externo: ya no es la televisión o los juegos de video, ahora es Colombia (objetivo fundamental de esos señalamientos, pues quedan al lado).
Básicamente se defiende la idea de que los colombianos son más violentos y crudos que los venezolanos. Pero en el vecino país la tasa de homicidios es menos de la tercera parte de la que reporta el Ministerio Público, al menos en 2016 cuando Luisa Ortega la ubicó en 70,1 por cada 100 mil habitantes. En contraste, la de Colombia fue 25,2, con todo y guerrilla en proceso de desactivación, según el departamento de Medicina Legal de esa nación.
El país requiere menos xenofobia institucional y más actuación acertada de los males que desangran a su sociedad, literalmente.