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Croacia 2 – Inglaterra 1: La psicología del fútbol, por Fernando Mires



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Fernando Mires | @FernandoMiresOI | julio 12, 2018

@FernandoMiresOI


A los 5 minutos Croacia quedó en la peor posición que necesita un equipo de fútbol. Gol tempranero, impecable tiro libre realizado por el mejor lateral derecho del mundial, Trippier. Peor, porque no solo se trata de ir en desventaja, sino de caminar entre dos rieles. Por uno tienes que cuidar de que no te hagan un segundo gol y así te quiten toda esperanza de vida y por otro, hacer lo posible para alcanzar el empate. Hay equipos que en esa situación se derrumban, aunque en el papel se vean mejores que el adversario. No pasó con Croacia. Sus jugadores supieron mantener el dilema entre defender para no perecer o atacar para vencer. Hicieron las dos cosas y las hicieron bien, sin volverse locos, sin violencias innecesarias. Para lograr ese balance, se requiere de cierta estabilidad emocional, y es aquí donde entra a tallar la psicología del fútbol, suponiendo, claro está, que exista una.

Croacia demostró ser un conjunto pensante. Supo atacar pero a la vez cuidar la zaga. La presión de los ingleses, hasta el gol croata, era enorme. Al temible Kane le anularon un gol a los 21, Lingard casi la metió a los 35, y a los 57 el arquero Subasic le quitó a Kane una pelota cuando ya la tenía en la cabeza. Y a los 64, los que quedaron mal parados gracias al gol cometido por el imprevisible Pirisic, fueron los ingleses. Aún peor de lo que lo había estado Croacia. Pues un empate, en esas condiciones, no era solo un empate. Los croatas comenzaban a impedirles el deseo de ganar. Y a diferencias de los croatas, los ingleses atacaron desordenadamente. Resultado: Croacia comenzó a jugar buen fútbol, no con parsimonia, no haciendo tiempo, sino simplemente futboleando, aprovechando los espacios que dejaba el enemigo. Hasta que llegó la, para todos los jugadores, indeseable prolongación.

La verdad es que ya ingleses y croatas no se podían las piernas, y se les notaba. Los pases imprecisos abundaban y no se veía por donde podía venir un gol. Pero, a diferencia de sus compañeros, Mandzukic andaba caliente con el arco. Ya lo habíamos notado en el segundo tiempo. Buscaba y buscaba, tratando de superar a esa muralla andante que es Walker. A los 105 estuvo incluso a dos centímetros de obtener el gol. Tres minutos después, lo logró. Faltaba poco tiempo y los ingleses, como era de esperar, se fueron con todo para adelante, aunque con un desorden que no tiene nada de británico. Sacando fuerzas de flaquezas, y gracias a oportunos cambios que realizó Dalic, Croacia dejó pasar el tiempo. Y así fueron los hechos. Ganó el equipo que mejor supo controlarse a sí mismo, el que mejor controló el tiempo y al que mejor controló al adversario. Virtudes que, mirándolo bien, no son solo futbolísticas.

El gran plus de Croacia es psicológico más que futbolístico. De los cuatro finalistas, quizás al igual que Bélgica, tiene poco que perder. A diferencia de Francia e Inglaterra que se consideran con todos los derechos para ser campeones mundiales, los croatas, aún con un cuarto lugar se darían por contentos y en su casa habrían sido recibidos como héroes. Solo ese hecho elimina una fuerte cuota de presión emocional. Eso les permite, a su vez, no ser solo un equipo actuante sino, además, un equipo pensante.

¿Equipo pensante? ¿No se juega el fútbol con los pies? Exactamente. Pero el pie no manda a la cabeza sino la cabeza al pie. Y como estamos hablando de conjuntos, el pensamiento no solo puede ser individual sino interactivo y comunicacional. O digámoslo así: mientras en el proceso de pensar de cada uno intervienen múltiples voces, comenzando por las paternas y maternas de nuestra pre-historia, en el proceso del pensamiento futbolístico se constituye antes y durante el juego – dicho en el más estricto sentido del término- una instancia de comunicación nosótrica. Muy dinámica por lo demás, y como toda comunicación pensante, esta también se encuentra gramáticamente estructurada.

Desde lejos no se nota, pero es evidente que los futbolistas hablan mucho entre sí durante el juego. Discuten, se recriminan o se animan, se dicen bromas, es decir, gramaticalizan el deseo de ganar. En los conjuntos de baja comunicación palábrica, en cambio, el deseo de ganar se antepone al pensamiento y es por eso que, equipos formados por grandes individualidades, al no lograr la comunicación pensante que requiere el juego, suelen sucumbir, inesperadamente, frente a adversarios de poca monta. En fin, todos sabemos que los deseos, cuando no son pensados, llevan a cometer las más terribles brutalidades. En el fútbol se han visto muchas. En el conjunto croata, no.

La comunicación colectiva no transcurre de modo anárquico en el fútbol. Para que sea verdadera comunicación son necesarias algunas estructuras. O jerarquías. Los jugadores más fogueados, por ejemplo, son escuchados con atención por los más jóvenes, aunque estos se sepan mejores a los antiguos. De ahí que sea tan importante la función del capitán.

 “El capitán es mi representante personal en el juego”, decía Beckenbauer como entrenador. El capitán es, efectivamente, el punto de referencia del conjunto. No necesariamente un líder o un caudillo, sino simplemente alguien que representa al grupo frente al árbitro, frente al adversario y frente a sí mismo. Por eso no es recomendable que el capitán sea un arquero. Tampoco que sea un centrodelantero como Kane pues su función es merodear alrededor del arco enemigo. El capitán debe estar metido en el centro del juego, en el centro geométrico y en el centro simbólico. Como Luka Modric

Modric sí es un gran capitán. No grita, no gesticula, se limita a intercambiar palabras breves con sus compañeros. Por eso ellos lo protegen como si fuera el rey de un partido de ajedrez. Modric ocupa el lugar de la referencia y de la representación simbólica del equipo. Además, por lo que vimos ayer, sus compañeros lo quieren. Hacia el fin de la prolongación, cuando con sus patitas flacas Modric apenas podía correr, los demás lo alentaban, le daban palmadas en las espaldas, como diciéndole que todavía lo necesitaban para seguir razonando ese deseo de ganar que crecía y crecía al paso de los minutos.

Así ganó Croacia. Un triunfo alcanzado gracias a la mente, el corazón y los pies. En ese mismo orden.

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