Cualidad divina, por Aglaya Kinzbruner
Twitter: @kinzbruner
Todo lo que ha sucedido tiene cierto valor histórico sencillamente porque, en igualdad de circunstancias, puede volver a suceder, como por ejemplo, la elección de un militar como salvavidas, hecho que sucedió aquí hace poco más de unos veinte años. Por un sencillo rapto de la memoria, la gente olvidó las cosas malas de la dictadura de los cincuenta y recordó solamente las buenas. Y eligió como presidente a un militar que tenía un don divino.
Lejos de nosotros ubicar ese don divino dentro de la tradición judeocristiana. Más bien pertenece a una anterior, la helénica. Ya Hesíodo hablaba del Dios Caos. Según él este dios simbolizaba el desorden, el vacío y la nada. De él viene ese don divino del que hacía amplia gala el militar en cuestión, que supo cómo aprovechar esa falsa memoria.
Esa falsa memoria es culpable de muchísimas jugarretas del destino. Pensemos, por ejemplo, en Atila, hombre terrible que – dicen – donde pisaba su caballo no crecía la hierba. Era el terror de un gran imperio, tanto así que dominaba a reyes y emperadores con sólo decir que, si no me dan esto o aquello, los invado, los domino y acabo con ustedes. Llegó así a Roma, acompañado de sus jinetes montados en caballos que eran los mejores de la comarca.
*Lea también: Clusters: ¿solo para transitar momentos difíciles?, por David Somoza Mosquera
Y, para mayor insulto e injuria, quiso demostrar su indiferencia hacia el enemigo celebrando una boda justo antes de la anunciada invasión. Las celebraciones empezaron temprano con festines y vino mientras que la joven Ildico, no sabemos si goda u ostrogoda, iba preparándose para la primera noche. Tampoco sabemos si ella se bañó o no porque, aparte de los romanos que eran obsesivos con la limpieza, ni godos, ni visigodos, padecían de dicho trastorno neurótico.
Lo que sí sabemos es que Atila para prepararse para la primera noche de la luna de miel, comió y bebió en exceso para que no le faltaran fuerzas para la empresa que lo esperaba. Cierto es que antes de emprender la faena empezó a vomitar, luego presentó una terrible hemorragia nasal que acabó de cuajo con su presente y su futuro también. Cuando entraron a la habitación sus secuaces, al día siguiente, encontraron a su jefe boca arriba en un baño de sangre y su flamante esposa, ahora viuda, temblando en un rincón, sin poder hablar de lo asustada que estaba. Alguien pensó que ella lo había despachado y aunque no encontraron en su cuerpo salida o entrada de arma alguna, la neutralizaron ipso facto en aras del muy válido y antiguo concepto bélico del Porsia, porsiacaso.
¿Qué pasó entonces con los hunos? O como se expresó nuestro admirado Don Miguel de Unamuno los hunos y los hotros (sic) en un discurso refiriéndose a la dividida sociedad española de su tiempo. Pues los hunos quedaron horrorizados. Nadie supo exactamente qué había pasado. No había una clara base emocional sobre la cual construir un recuerdo. El único estratega, el único líder había sido Atila. Salieron corriendo.
Traemos esta historia a colación por el anuncio de algo que se basa en un pensamiento mágico como a esto lo acomodan los militares. Así manu militari quieren arreglar centros de salud y colegios. Es válido reflexionar entonces que el pensamiento mágico se encuentra mayormente en la niñez y luego desaparece poco a poco, con la excepción de algunas tribus de aborígenes muy primitivas que se encuentran, por ejemplo, en ciertos lugares remotos de Australia.
Podríamos entonces importar de allá unos canguros y cambiar el nombre un poco chato de estos futuros salvadores de higiene y educación de Bricomiles a Brincomil porque brincar como brincar nadie lo hace tan bien como los canguros.
Aglaya Kinzbruner es Narradora y cronista venezolana.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo