Cuando el bien y el mal se hacen narrativa, por Luis E. Aparicio M.
En los últimos tiempos ha habido una tendencia creciente entre algunos líderes a mezclar las luchas políticas con luchas espirituales o religiosas. Esto, desde mi punto de vista, puede ser contraproducente y crear incluso problemas graves cuando se combinan de manera inapropiada.
Entiendo que abordar un tema tan delicado puede generar críticas, y es precisamente para eso que existen plataformas de opinión como esta. Así que me atreveré a tocar, con cautela, esta cuestión que considero fundamental.
La política y la espiritualidad/religión son esferas que, aunque pueden influenciarse mutuamente, operan bajo lógicas y principios distintos. La política se ocupa de la administración de la sociedad, la toma de decisiones colectivas y la gestión del poder. La espiritualidad, por otro lado, trata cuestiones de fe, moral y significado personal o colectivo en –supuesto– un plano trascendental.
Si bien es cierto que ambas pueden entrelazarse en ciertas circunstancias, mezclarlas de manera indiscriminada puede llevar a confusiones y malentendidos.
A lo largo de la historia, hemos visto numerosos ejemplos donde la mezcla de política y espiritualidad ha tenido consecuencias complejas y, a menudo, divisivas. Desde las Cruzadas, pasando por la Reforma Protestante de Martín Lutero, hasta el surgimiento del fundamentalismo cristiano en los siglos XX y XXI en los Estados Unidos, estos momentos históricos demuestran cómo esta combinación puede alterar profundamente las estructuras sociales y políticas.
Mezclar política y espiritualidad puede llevar a una justificación errónea de decisiones políticas con argumentos religiosos, o viceversa. Esto no siempre resulta en soluciones justas o racionales para todos los miembros de una sociedad plural. Cuando los argumentos. incluyendo el uso de imágenes, piezas mágicas o amuletos, espirituales o religiosos se invocan en luchas políticas, el riesgo de polarización social se incrementa.
Las creencias religiosas suelen ser profundamente personales y, cuando se politizan, los desacuerdos políticos pueden transformarse en conflictos casi existenciales, donde el «otro» no solo es un oponente político, sino alguien que amenaza creencias fundamentales.
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En la actualidad, estamos presenciando un constante intento de combinar ambas esferas. Los discursos políticos están cada vez más llenos de alusiones a la espiritualidad, la fe o las creencias. Esto puede ser un recurso eficaz para ganar adeptos o seguidores, pero también revela una posible manipulación por parte de quienes lo hacen.
Debo advertir que los líderes que mezclan lo político con lo espiritual pueden hacerlo para movilizar emocionalmente a sus seguidores, utilizando la religión o la espiritualidad como herramienta de control o persuasión. Esto puede llevar a decisiones políticas que no se basan en la razón o el bien común, sino en la fidelidad a una causa percibida como sagrada.
En Venezuela, por ejemplo, hemos escuchado en varias ocasiones cómo desde la autocracia se mencionan seres que forman parte del ideario espiritual o de la creencia popular, acusando un supuesto enfrentamiento entre ellos en sus nombres. Estas referencias buscan justificar decisiones políticas basadas no en planes, ideas o políticas públicas, sino en una narrativa de lucha entre el bien y el mal, ampliando así la exclusión de quienes no comparten esas creencias.
Es crucial que entendamos que mezclar lo político con lo espiritual es una táctica peligrosa que confunde a las personas, profundiza las divisiones y potencialmente excluye a segmentos de la sociedad. Mantener una distinción clara entre estos ámbitos es esencial para asegurar una convivencia pacífica y un proceso político más racional y justo.
En resumen, mientras que la espiritualidad y la política pueden coexistir en la vida de las personas, es vital no permitir que una domine o distorsione a la otra. Solo así podremos construir una sociedad en la que las decisiones políticas se tomen en beneficio de todos, sin caer en las trampas de la manipulación emocional o la exclusión basada en creencias espirituales.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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