Cuentacuentos, por Simón Boccanegra
Este minicronista siempre ha pensado que el que te conté es un gran fabulador. Si alguien –con tiempo, claro está; jubilado quizás– se tomara la molestia de recoger todas las versiones que ha dado sobre el 4F o sobre el 11A tendríamos una culebra más larga que la imborrable «Por estas calles». En todas esas versiones, el protagonista, o sea él, que en verdad es el primer yo de la nación, está a punto de jugarse el pellejo. Sólo Bolívar por ahora el por ahora de siemprecomparte roles estelares. El Padre de la Patria da para todo. En este caso que nos ocupa (a los venezolanos, digo) la revolución muestra su cara más tierna, aquella tocada por un amor imperecedero. Simón y Manuela. O Simona y Manuel. «Los dos son la misma cosa», añade el cuentacuentos. Pasiòn, fuego patrio, simbolizados en una urna con tierra que desde ayer reposa al lado de la de Simón. En el montaje revolucionario, el acto constituye una forma de rescate histórico. Rafael Correa, compungido, soltó aquello de que desde ayer no sólo la espada de Bolívar camina por América Latina, sino Manuela también. Es necesario dejar constancia de que entre los presentes se encontraban la Fiscal General de la República y el Contralor General. Luisa y Clodosbaldo. Celosos defensores de la patria, abnegados funcionarios, denunciadores feroces de los inventos mediáticos. Nadie dude, pues, de que lo que allí se depositó es tierra. Que nadie, pues, busque restos. Ni allí ni en la urna de al lado que ya el que contè dudo en su momento que allí yaciera El Libertador. Palabra de cuentacuentos.