Cuentas claras, por Teodoro Petkoff

Es importante que tanto venezolanos como colombianos tengamos claro algo fundamental. Una cosa es la política interna de cada uno de nuestros países y otra cosa son las relaciones entre los dos. Estas últimas no deben ser perjudicadas por las contingencias de la vida política propia de cada país.
Es obvio que la política internacional de todo gobierno es, en buena medida, proyección de su política interna, pero cada una de ellas posee una especificidad tal como para hacer posible manejar ambas sin que se interfieran indebidamente. Aunque entre países vecinos siempre existen motivos para fricciones, en el caso de Colombia y Venezuela hay tal comunidad de intereses que hasta ahora hemos podido minimizar las primeras en nombre de los segundos. Esa es la historia y a pesar del diferendo sobre el Golfo de Venezuela y de los múltiples factores que han producido –y producenroces entre los gobiernos así como de las diferencias idiosincrásicas entre ambos pueblos y entre las dos sociedades, el peso de la historia común, de la antropología, de la cultura, de la economía, del comercio, es tal que a diferencia de todos los demás países suramericanos, entre Colombia y Venezuela jamás han tronado los cañones. Lo más cerca que hemos estado de tal desgracia fue cuando lo del “Caldas” y al final privó el buen sentido y la sangre no llegó al río.
Alguien escribió en Colombia, aludiendo a Uribe, que no puede buscar el aplauso interno a costa del aislamiento y de la protesta internacional. Lo mismo se puede decir en Venezuela, aludiendo a Chávez. Este es un asunto que no se debe manejar con la vista puesta en los beneficios políticos sectarios que cada quién cree poder derivar del conflicto diplomático sino a la luz de las conveniencias nacionales, es decir, de la nación entera. Para Chávez llegó la hora de acabar con los equívocos en relación con las Farc, porque a la nación venezolana no le conviene una extensión de la guerra colombiana a nuestro territorio. Si como ha dicho, no ha apoyado ni apoyará a las Farc, eso tiene que ser evidente en su conducta. El gobierno debe garantizar que nuestro país, sin perjuicio de la contribución que pueda dar a la búsqueda de la paz en Colombia, no es ni será santuario para los guerrilleros.
Pero, a su vez, para Uribe, también tiene que estar claro que la lucha contra la guerrilla no es una patente de corso para brincarse la ley internacional y que su gobierno no puede actuar con prescindencia de la soberanía y los derechos de otros países. Para Uribe llegó también la hora de esclarecer si la guerra contra la guerrilla está determinada, como debe ser, por de los intereses de la nación colombiana o ella ya es parte de la estrategia mundial de Estados Unidos y está subordinada a esta. Una cosa es que Colombia, con todo derecho soberano, solicite y reciba ayuda de cualquier país, incluido Estados Unidos, para salir del martirio de esa guerra interminable, y otra muy distinta que actúe a la sombra del unilateralismo norteamericano. Porque esto último atentaría claramente contra los intereses nacionales de Colombia.
La superación de este incidente debería servir también para que ambos gobiernos reajusten su respectivo enfoque sobre el peligroso escenario que se crearía si cada uno de ellos continúa actuando en la práctica como si el “otro” no existiera o no importara, así en la retórica de las cumbres bilaterales finjan lo contrario •