Cuento de Año Nuevo, por Aglaya Kinzbruner

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A veces le pasan a uno cosas tan raras y excepcionales que, al contarlas, debe uno insistir en que se trata de un cuento, un relato, no vayan a hacerlo a uno responsable y transgresor de leyes físicas e inmutables. Vivía en tiempos de Jesús de Nazaret y me acababan de invitar a su circuncisión o bris. Acepté encantada. La gente insistió que me cuidara porque circulaba el mito horrible y extraño que Herodes el Grande, asustado y conspiranoico porque, decían que el Salvador, o sea Jesús, venía con muchos más poderes que él, había mandado a matar todos los niños de menos de dos años de edad.
La fiesta iba a ser una fiesta contri , o sea a contribución porque María y José eran casi pobres, la figura de casi pobre siendo más actual y aceptable que pobre puro y pelado. Ya que me encontraba bien situada en el tiempo, decidí entrevistar a unos señores que por su fama debían estar al tanto sobre esa posibilidad. Hablé con Plutarco que era griego pero se había, por sus valiosos servicios, vuelto traductor, invaluable habilidad, y traducía del latín al griego y del griego al latín, de forma escrita, consecutiva, simultánea y cualquier otra forma no haya sido inventada todavía. Fue un gran historiador, ciudadano romano y la amabilidad en persona.
En seguida me atendió: «Es un mito –me dijo– Roma jamás permitiría eso y, no se olvide, Herodes es ciudadano romano, como yo». Y continuó – no como yo nunca pero, qué se hace, la inteligencia no se hereda y si se hereda, no se desperdicia. La última vez que hubo una matanza de Inocentes fue en época de Moisés». Me miró de forma dubitativa: «¿Usted se acuerda del niño aparentemente abandonado en una cestica en el Nilo y salvado por una hija del faraón? Y eso fue entre unos 1200 y 1300 años antes de Cristo». Puse cara de paso y pago y me fui.
Quise consultar también con Suetonio pero ese señor al oír la palabra mito enseguida empezó a hablar de la loba que había amamantado a Rómulo y Remo. «Ese no es un mito, no señor. Realmente existió una loba que amamantó a los hermanitos. Sólo cuando eran un poco más grandes fueron adoptados por una conserje, testigo mudo de la nobleza del animal. Los lobos son animales nobles. Son la única especie animal que no solo cuida de sus cachorros sino también de sus padres mayores cuando éstos ya no pueden procurarse el alimento necesario».
Había aprendido mucho pero quería hablar con alguien más. Y, por suerte mía me encontré con Flavio Josefo. Era un tipo alto y enjuto de aspecto aristocrático. Vivía en Roma porque los romanos admiraban la cultura y el señor era todo un derroche. Hablaba el arameo, conocía el hebreo antiguo y el latín. Escribió varios libros de historia y todos los escribió en griego. Todavía hoy en día son materia de consulta. Sobre la falacia de las muertes de los Santos Inocentes me dijo que ese mito nació cuando se supo que Herodes había matado a varios de sus hijos. «Y, usted sabe, y se rió un poco, – así es como nacen los chismes, a la gente le gusta mucho exagerar».
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Me encontré con un grupo de peregrinos que iban hacia Nazaret y les pregunté adónde se dirigían. Me hablaron de la fiesta y me dijeron que hasta iban tres Reyes Magos. Me hice la tonta y debo decir que lo hago muy bien, tengo años de experiencia haciéndolo.
«¿Y cómo se llaman los Reyes Magos?» Hubo cierta tentativa de querer desconocer mi pregunta hasta que un señor algo mayor me miró desafiante y me dijo muy firme: «Tengo entendido que uno se llama Javier Milei».
En ese momento se volteó un catire, algo corpulento y dijo: «Soy yo. ¿Algún problema?». «No, no» dije, tratando de ser lo más dócil posible. Y, «¿puedo preguntar qué le va a regalar al Niño?»
Me miró como para desintegrarme con la mirada: «¿Yo? Vaya pregunta, pues ¡una motosierra, lógico!»
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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