Cuestión de ética, por Simón Boccanegra
Cuando el 3 de febrero de 1992 el comandante Hugo Chávez ordenó a sus paracaidistas montarse en los camiones para venir a Caracas, no les dijo cuál era la misión. Él mismo lo dice en entrevista a Marta Harnecker (Un hombre, un pueblo, Caracas, 2002): “De ellos, sólo un grupo muy pequeño de oficiales sabíamos lo que íbamos a hacer esa noche, las tropas no sabían nada”. A “las tropas”, es decir, a la carne de cañón, a los soldados conscriptos, muchachos de 18 años, ignorantes de lo que se tramaba con sus vidas, los trajo a ciegas. Unas dos decenas de ellos murieron sin saber por qué, ni en nombre de qué habían entregado sus vidas.
Algunos contaron luego que creían estar enfrentando un golpe militar contra el gobierno. Ni siquiera sabían que los golpistas (a la fuerza y mediante engaño) eran ellos. El primer paso de la “revolución” fue el engaño. En Venezuela hubo en los años sesenta del siglo pasado guerrillas en la montaña y en la ciudad.Todo el que participó de aquello lo hizo a conciencia. Nadie fue engañado para que se fuera a la montaña o a la clandestinidad armada. Cuestión de honor.Y de ética.