Cuestiones espiritistas, por Marcial Fonseca

Gracias a Mercedes Torres por la información suministrada.
Los fines de semana eran como dos lunes o dos martes o un jueves y un viernes más; los días llegaban y había más posibilidades de quedarse en casa que salir de ella; pero si se daba lo último, lo que deparaba el destino era ir a una quebrada o a los Baños de Guape o a los de Guapito; el gran cambio podía ser atreverse a manejar la Panamericana para llegar a Chivacoa; este tenía la ventaja de que era sinónimo de incursionar en Sorte.
Y los años pasaban y la vida se hacía tan aburrida como un domingo en la casa viendo un Sábado Sensacional grabado.
Así que revisitaría Chivacoa, se quedaría en la casa de unos primos, uno de los cuales era muy adicto a ir a misa y le estaba dando frutos: había logrado ingresar en el Seminario de Barquisimeto. Ahora estas excursiones tenían dos hitos, una rápida parada para ver al aspirante a cura y una visita a la confluencia de Sorte en el Yaracuy.
Aunque, hay que decirlo, también disfrutaba de la vitrina de adminículos raros que tenía el padrino Gilberto para alquilar en su bodega, que de paso era la más grande del distrito Bruzual. Ahí había amalgamas de muelas, con su correspondiente vernier para comprobar el tamaño de la calza para la pieza cariada. También se alquilaban planchas; y de estas, los frontales superior o inferior y los cuatro laterales de la mandíbula eran los más solicitadas; no ofertaban planchas para los caninos; y, por supuesto, al regresarlas debían estar cepilladas fuera de la cavidad bucal.
De tanto visitar el pueblo, casi bisemanal con la ambigüedad del diccionario, conoció a una vecina de la misma calle de los tíos. Y es que hacerse el interesante porque venía de Duaca y conocer muy bien la historia del Negro Primero le abrían muchas puertas. Pero ella, que se llamaba Xusmarci, no estaba muy segura de la relación; él consultó con un amigo y los consejos de este no lo llevaron muy lejos. Y como quien no quiere la cosa le preguntó a su padrino si conocía a alguien para que le hiciera un trabajo. «Claro que sí», le contestó, «vaya a la iglesia, en el lado izquierdo hay una casa de rejas azules, ahí vive Cimorjus; ese le endereza lo que quiera».
Dejó para otro día la visita.
Llegó mucho antes de las tres de la tarde; ya había averiguado que entre esa hora y las siete pm no se hacían trabajos por temor a que se revertieran contra el hacedor. Este lo hizo pasar, le solicitó que se sentara en el lado norte de una mesa de seis puestos, mientras él se sentaba en el lado sur; luego le pidió el nombre del espíritu; esto lo asustó, «¿Tiene que estar muerta?», preguntó, «No, no, claro que no», explicó el médium, «nosotros tenemos cuerpos para las cosas de este mundo, pero trabajamos con el espíritu las cuestiones espirituales y del alma», «Así sí; bueno, su nombre es Xusmarci». Cuando el otro oyó el apelativo, cerró los ojos y articuló un sonido gutural y ronco. «Este carajo es bueeeno», dijo para sí el visitante, «ya está entrando en trance»; pero se sorprendió, empero, cuando vio que el espiritista espernancaba los ojos y luego asió un machete que sustrajo del ara del Negro Primero y no le quedó más remedio que correr, el perseguidor gritaba, «Si tocaste a mi hija, eres hombre muerto».
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Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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