Culto a la personalidad, por Simón Boccanegra
Uno de los signos proverbiales del emputecimiento de una secta gobernante es cuando sus integrantes comienzan a hacer del halago al jefe, de la lisonja, de la jaladera de bolas, un recurso retórico omnipresente. Cuando, venga o no a cuento, cada hecho de la vida del país y de su historia contemporánea es asociado a la acción y la visión del jefe, del benefactor, del padrecito de los pueblos, del gran timonel, es porque está en pleno desarrollo aquello que los soviéticos post Stalin llamaron «culto a la personalidad» esa vergonzosa modalidad de adulación que consiste en dividir la historia del país en antes y después del jefe, del benefactor, del padrecito de los pueblos, del gran timonel. La cosa nunca fue de sopetón. Comenzó con un discurso por aquí y otro por allá con un afiche hoy y otro pasado mañana, hasta que de pronto todo el país quedaba envuelto en un espeso y baboso velo de adoración a Yo El Supremo. Sus estatuas, su iconografía, el «sitio histórico» donde expelió una ventosidad, sus fotografías retocadas para que no se note el paso de los años, su biografía como parte del pensumescolar, los honoris causa, todo, todo, está dirigido a un gigantesco lavado cerebral de la población. No sé por qué oyendo a Jorge Valero ayer, en la Asamblea Nacional, me venían a la mente estos recuerdos.