Cultura de paz, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
«La imagen de una cultura no represiva, la de una tendencia marginal en la mitología y el psicoanálisis aspira a una relación nueva entre el instinto y la razón».
Herbert Marcuse.
La segunda mitad del siglo veinte puede decirse sin ninguna duda que fueron los años del gran boom en las investigaciones sobre el cerebro. Con esos estudios desaparecen definitivamente las suposiciones y especulaciones sobre las estructuras anatómicas y la fisiología para explicar una gran variedad de conductas entre las cuales se encuentra la agresividad.
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El conjunto de investigaciones que identifican con precisión las estructuras cerebrales, concluye con la publicación en 1982. de la edición del texto The Brain a User’s Manual, donde quedan agrupadas por capítulos las funciones de cada estructura anatómica y los últimos se refieren a las enfermedades o patologías a partir de ese órgano maravilloso que el genial William Grey Walter llamó: El cerebro viviente.
El tema que nos convoca en particular es la conducta agresiva o Vis Tempestatis, como lo llamaron los antiguos romanos, y que los avances científicos citados en algo ayudan a la concepción del Dr. Sigmund Freud en el sentido de que la agresividad «es una disposición pulsional autónoma, originaria del ser humano, y la cultura encuentra en ella su obstáculo más poderoso».
Ahora bien, la agresividad se ha asociado a la fuerza física o en todo caso a la conducta de supervivencia ante la naturaleza y sus semejantes, pero también se puede expresar como un impacto negativo en disímiles espacios de la vida de las personas y en sus diferentes contextos y niveles, de allí que se les adjudique a los procesos educativos desde el siglo XVIII el papel de domeñar esos impulsos y permitir que funcione el contrato social de la vida en colectividad. Al menos eso es lo que J.J. Rousseau se preocupó en plantear en sus escritos. La violencia es considerada como un problema social complejo, de derechos humanos y de salud a nivel mundial, dado que impacta negativamente en la convivencia social y no permite el ejercicio de la ciudadanía.
La expresión más organizada de la violencia la constituyen la existencia de los ejércitos nacionales, por cierto, muy pocos países no lo poseen, en América solo Costa Rica. Lo que denominamos guerra no es otra cosa que la violencia en forma masiva y planificada cuyo impulso es el odio a los otros, esto es una aberración en la vida societaria y por esto se apela a la razón para detenerla o acabarla.
Pero el drama de nuestro país es la violencia transformada en delito donde los hospitales, las cárceles y la propia vida cotidiana informan diariamente sobre la inseguridad ciudadana, a través de cifras de muertes violentas, robos y conductas incivilizadas que, como parte de una guerra no declarada, aumentan cada fin de semana.
La violencia se ha extendido a todo el orden cívico, de manera que las relaciones interpersonales, laborales y domésticas reflejan un panorama brutal, que somete a juicio la convivencia ciudadana y la paz necesaria para el progreso de una nación. No existe posibilidad de progreso y bienestar de nuestros habitantes si se mantienen los niveles de inseguridad y no se constituyen hábitos de afecto al trabajo en una cultura de paz.
El cuento es que para aquel momento el número de delitos y agresiones en el campus universitario se había extendido de tal forma que se habían producido robos masivos en la Facultad de Arquitectura y en la Escuela de Educación y para aquel momento yo era el director adjunto de la revista de la Asociación de Profesores de la UCV: Compromiso Gremial, la revista era de formato electrónico y un artículo central era publicado en papel, una especie de dossier en el orden de los 300 ejemplares de manera que nos trazamos como objetivo redactar un documento sobre la situación con la participación de organizaciones sociales, editores de revistas interesadas en el tema, expertos sociales, el Centro para la Paz, profesores universitarios que habían opinado sobre el tema y personalidades de la parroquia San Pedro aledaña a la universidad.
El documento fue el producto de tres agotadoras reuniones y contemplaba una serie de recomendaciones a debatir y aprobar para su ejecución desde el Consejo Universitario, en un ejercicio del indispensable aporte de la institución para enfrentar el grave problema.
Para ese entonces nos encontrábamos en el año 2010. Se introdujo el documento con una carta explicativa y hasta el presente no se ha recibido ninguna información y las veces que la casualidad me permitió encontrar a personajes de la administración central, su respuesta fue una excusa en el sentido de existir otros problemas más urgentes. Han transcurrido 13 años y no solo han continuado los asaltos a los estudiantes y profesores, sino que los amigos de lo ajeno han desmantelado departamentos y laboratorios con cierta impunidad. Creo que este es uno de los aspectos que debe abordar el nuevo Consejo Universitario con cierta urgencia.
Para pensar y aprender tiene que hacerse en un recinto donde reine la paz y la armonía.
Solo eso quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en psicología y profesor titular de la UCV.
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