Cultura y atraso, por Luis Alberto Buttó

Twitter: @luisbutto3
Asumiendo conscientemente el riesgo de ubicarse en las coordenadas de lo que unos cuantos podrían considerar no correctamente político, es perentorio reconocer que en la cultura del venezolano (maneras de ser y hacer al momento de enfrentar la vida en el contexto colectivo), dicho así con desafiante y quizás imperdonable pretensión de generalizar sobre asuntos en los cuales, de suyo, sería preferible y/o recomendable evitarlo, se detectan ciertos elementos constitutivos, expresados en la cosmovisión dominante y en las interrelaciones cotidianas, que ralentizan la superación del subdesarrollo y, en buena medida, perpetúan, en espiral viciosa, la repetición de mecanismos reproductivos de la pobreza.
El tema ha sido objeto de estudio para la sociología criolla. Del debate y la reflexión correspondientes se infiere que si bien factores del tipo mencionado no son lo más determinante en la conformación y continuación del atraso, juegan en el estancamiento nacional un papel en modo alguno despreciable.
Entre estos elementos, identificables si se les presta la debida atención, pueden traerse a colación, a manera de ejemplo, formas de comportamiento social asociadas al conformismo frente a la existencia, la simpatía por salidas fáciles en el tránsito de la superación personal, incluyendo el aprovechamiento indebido de pequeñas o grandes cuotas de poder, el rechazo a la disciplina y la animadversión hacia la competencia y la competitividad vistas como impulsores del ascenso social.
Son elementos culturales que conducen a que gruesos sectores de la población se mantengan a la espera de la actuación del Estado providencialista para que éste les resuelva sus problemas individuales, bajo el supuesto de que se vive en un país «rico» donde las carencias personales no están asociadas a la falta de empeño de cada quien, sino a la injusta distribución de la riqueza. Realidad ésta que, erróneamente, se cree solo la actuación de dirigentes bien intencionados e «íntegros», a los cuales «les importa el pueblo», puede revertir. En el ínterin, siendo dichos predestinados gobierno, a muy pocos les preocupa cómo se produce la riqueza repartida.
Elementos culturales que hacen suponer que el Estado es una piñata y para prosperar materialmente (lo espiritual estorba) basta con ser el que la golpee, asociarse con quien empuña el palo, o por lo menos colarse de alguna forma al convite. Marco que, obviamente, constituye terreno fértil para que el populismo y sus derivadas manipulación política-gubernamental y/o manipulación política-partidista florezcan a sus anchas.
La apoteosis experimentada con el concepto cajas CLAP no debería inducir al olvido de parecidas prácticas pasadas ni desmontar el alerta acerca de lo que in pectore piensan muchos de los que critican perversos mecanismos similares, una vez coronados gobierno.
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Elementos culturales que diferencian a la sociedad venezolana de aquellas donde las transacciones económicas y personales se basan en la confianza mutua. Al opósito, aquí la desconfianza es norma extendida, al punto de tender a lo que podría denominarse, con las salvedades conceptuales que el caso demanda, compulsión patológica a aprovecharse del otro en aras de obtener beneficios expeditos, instantáneos, desproporcionados.
No en balde, hoy en día, quienes se precian de no ser los pendejos del cotarro, con pasmosa tranquilidad tasan en abultados dólares la reparación de un artefacto eléctrico o la revisión de la conexión a internet. Estamos hablando en micro; ya sabemos lo que pasa en lo macro.
Elementos culturales por los cuales, en múltiples oportunidades, la ostentación de la «marca» se antepone a la satisfacción de necesidades reales. Donde el boato manifestado en redes sociales es vacuna contra el anonimato y punto de partida para la captura de la admiración de semejantes. Donde el conocimiento tiene menor valía que el dinero, en especial si éste es de fácil adquisición, razón por la cual, cuando te hablan de alguien, lo acompañan con alabanzas al estilo «está forrado en plata». Elementos culturales que llevan a pensar que el futuro depende en primacía del cultivo de conexiones, cuando no del albur.
En fin, es mucho lo que está pendiente por cambiar en la sociedad venezolana en términos culturales. Lógicamente, sobre el proceso educativo, institucionalizado y familiar, han de centrase muchas de las aspiraciones en este sentido. La tarea consiste en lograr que elementos culturales como los aquí referidos, ampliamente extendidos en el tejido social, sean dejados de lado, al sustituirse por aquellos que se emparenten con la activación de posibilidades ciertas de impulsar procesos de progreso material que, por descansar en el afán productivo de la propia gente, se sostengan en el tiempo.
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