Cursilería mirafloriana, por Simón Boccanegra

La filantropía puede ser virtuosa, no cabe duda. Y muy a menudo también puede ser hipócrita: el empresario cruel y la limosna mísera. Igualmente puede ser demagógica y exhibicionista y cuando se extrema, realmente grotesca y cursi. El presidente Chávez, que tanto acostumbra esa última modalidad, ha superado sus reiteradas hazañas en estos días de damnificados sin dignificadores. Cuando se cuentan en miles las casas dañadas por la furia de las aguas y en decenas de miles las víctimas, Chacumbele ha tenido la conmovedora idea de alojar veinticinco (25) familias en el Palacio de Miraflores, nada menos que en el Salón del gabinete ministerial dividido en dos apartamentos, en una de sus oficinas igualmente segmentada y en alguna otra dependencia secretarial.
Como se ve, el aporte presidencial, además de mostrar su corazón de oro y su amor al pueblo, reduce sustancialmente la trágica situación. Pero hay más: le mandó una (1) torta muy publicitada a una niña damnificada y cumpleañera para demostrar que la alegría, supongo que revolucionaria, sobrevive en medio del caos. Todo lo cual suena muy divertido y seguramente lo celebrará algún diplomático francés. Pero, en el fondo, tiene mucho más de siniestro ese tráfico con el sufrimiento de la gente, convertida en show autopublicitario y con una torpeza dramática que no cometería la más necia de las doñas que practica la beneficencia en sus horas semanales dedicadas a los humildes, los pobrecitos. Para completar el espectáculo se podría reunir el próximo gabinete en el techo de algunas de las casas sumergidas en Barlovento o en Falcón.