Dale pues, por Teodoro Petkoff
De modo, pues, que la Constitución del 99 ya no le sirve a Chávez. «La mejor Constitución del mundo», «la más avanzada de América Latina» -como tantas veces lo ha dicho, siempre desmesurado-, ya no le gusta. Quiere cambiarla. Cada vez más el hombre que cree haber fundado una nueva República se nos muestra como uno de los caudillos de la Venezuela predemocrática, la del siglo XIX. Como alguno de ellos lo dijera, Chávez también cree que la Constitución «es un librito que sirve para todo». Y como los caudillos decimonónicos, si en algún momento percibe que no la puede usar cómodamente, pues entonces no se le ocurre otra cosa que cambiarla. Hugo Chávez nos ha resultado de un anacronismo sobrecogedor. Por eso es que hablando siempre en futuro («la década de oro» y otras monsergas que siempre apuntan al mañana), Chávez, en verdad, nos empuja hacia el pasado, hacia el atraso.
Ahora resulta que el traje que creyó haberse hecho a la medida, en verdad le queda grande y quiere cogerle por aquí y por allá para ajustarlo. Lo que le puede ocurrir, sin embargo, es que se le revienten las costuras. Porque ya este no es el país con el cual los caudillos pensaban que podían jugar a voluntad. Chávez no termina de darse cuenta de que Venezuela no es de plastilina. No puede hacer muñequitos con ella. Todo eso de la revisión de la Bicha no es sino silbar en la oscuridad para espantar el miedo. Palabras lanzadas al viento, que, como tantas otras veces, no puede sino recogerlas y metérselas por el bolsillo. Cortina de humo, maniobra de distracción, a la cual nos referimos hoy tan sólo para evidenciar que es un tema del que no vale la pena ocuparse más. Tiene demasiadas cuentas pendientes Hugo Chávez como para que crea que puede plantearnos una sesión de espiritismo sobre la Bicha.
Ya Chávez no tiene fuerza para reformar nada, mucho menos la Constitución. A menos que la reforma sea para vencer el sesgo presidencialista, militarista y autoritario que le dieron los constituyentes del 99, así como para superar los aspectos de utopismo e inviabilidad económica que también contiene. Lo que tiene Hugo Chávez en la cabeza, que es darle más poderes al presidente y reducir aún más los de otros poderes del Estado, es absolutamente impracticable. Puede irse bajando de esa nube. No hay manera de que pueda hacer aprobar nada que vaya en ese sentido. Ni por la vía de una enmienda ni por la de una reforma (que son procedimientos previstos en la Constitución), tiene la fuerza para alcanzar sus propósitos. Mucho menos si se le ocurriera atender la sugerencia disparatada que hace García Ponce, de convocar una nueva Constituyente. Ojalá que de verdad estuviera haciendo algo más que hablar paja y le echara pichón a alguna de esas vías. Sería una magnífica ocasión para propinar una soberana paliza electoral al régimen y colocarlo ante la deslegitimación definitiva.