De Caracas a Buenos Aires, por Fernando Mires
Fue el 22-O un domingo electoral. Probablemente fue también un día cuyas consecuencias serán decisivas, no solo para los países en donde las elecciones tuvieron lugar, también para toda la región. De ahí que, hasta los medios europeos –los que no suelen ocuparse demasiado del acontecer latinoamericano– remarcaron en sus noticieros las primarias venezolanas y la primera vuelta de las elecciones argentinas.
Interesante es constatar que ninguna de esas elecciones es definitiva. Sin embargo, una fue sorprendente y la otra espectacular. Las argentinas, sorprendentes, porque nadie, ni siquiera los peronistas, esperaban el más bien holgado triunfo de Sergio Massa (37%) que le permitió pasar a una segunda vuelta contra Javier Milei (30%). La segunda, espectacular, porque sucedió lo que todos en Venezuela sabían que iba a suceder: unas primarias que consagraron a María Corina Machado como líder única de la oposición venezolana.
El dilema venezolano
La oposición venezolana venía de un largo viaje de regreso. Desde el 2015 –dada la epidemia abstencionista que comenzó a incubar bajo la dirección del llamado G-4 – no enfrentaba con seriedad un evento electoral. El 2018 esa oposición regaló el gobierno a Maduro.
Ningún pretexto pudo ocultar lo que las primarias de 2023 revelaron: que esa oposición no tenía candidato porque nunca llegó a alcanzar un mínimo acuerdo para tener uno.
Dominada por sus sectores más extremistas, fue forzada a participar en un proceso insurreccional que no tenía ni sabía cómo enfrentar. El año 2019, cuando masas enfervorizadas se juramentaron ante Guaidó en su calidad de presidente de la AN asumiendo un tropical interinato que desconocía la legalidad de Maduro, y poniendo un extraño «fin de la usurpación» como primera meta, profundizaría aún más el desmembramiento de partidos que lo único que sabían hacer –y lo habían hecho bien– era participar en elecciones.
El fin del «gobierno interino» apoyado y financiado por Trump desde los EE UU, pareció poner fin a una fase de locura colectiva. Atrás quedaban los «macutazos», los intentos de golpes de estado (15-A), las frases desarticuladas de Guaidó en representación de su ventrílocuo Leopoldo López, los frentes amplios de la «clase académica», los embajadores imaginarios del presidente imaginario, y tantos otros episodios que hoy nadie quiere recordar en la oposición venezolana, entre otras razones porque tampoco nadie quiere someterse a crítica, ni mucho menos –salvo frases aisladas de Capriles y Rosales– a autocrítica.
Fue así, como de pronto, en medio del descrédito más grande, cuando toda esa faramalla desapareció, el G 4 redescubrió la vía electoral, llamando a primarias para definir al candidato que enfrentará a Maduro en la contienda presidencial del 2024.
Sin embargo, el daño ya estaba hecho. De los partidos que lograron el grandioso triunfo del 2015, el de de la Asamblea Nacional, solo quedaban las «sombras de un viejo pasado que no volverá», superestructuras sin estructuras, repetidores incansables de frases vacías.
Razón de más para pensar que el triunfo rotundo de María Corina Machado no solo fue un resultado de sus innegables aptitudes, sino también de la inexistencia fáctica de los partidos de oposición.
Las primarias no fueron como suele ocurrir en casi todos los países, contiendas inter y extra partidarias, juego de ideas y de posiciones, sino una ceremonia de consagración (estuve a punto de escribir: coronación) de MCM. Líder, pero todavía no candidata. La razón la conocen todos: una eventual candidatura de MCM será imposible mientras ella permanezca legal o ilegalmente inhabilitada (para un gobierno antidemocrático como el de Maduro los límites entre lo legal y lo ilegal son difusos).
Las primarias, llamadas a generar una candidatura, parieron en su lugar un liderazgo. Si la líder se convierte en candidata es, por ahora, lo dijo ella misma, un objetivo. Pero ese objetivo, eso no lo dijo, no solo depende de ella sino de la voluntad del presidente Maduro, un putinista brutal que puede convertirse sin problemas en un Ortega o en un Lucashenko si la ocasión lo exige. Todos saben que lo último que haría Maduro en su vida sería volver a habilitar a MCM. Nadie es tan ingenuo –Maduro tampoco– como para regalar al enemigo la daga con la que será degollado. Entonces, ¿por qué MCM fue elegida candidata de la oposición venezolana?
Dejando de lado el hecho de que en los comicios no participó toda la oposición, lo que es usual en primarias, el título que le otorgó el resultado fue el de líder, no de candidata. Y como resultado del liderazgo, no al revés, un movimiento: el movimiento de MCM, nacido más allá de los partidos, incluyendo el suyo, Vente. En ese sentido, la votación a favor de MCM no solo fue un NO a Maduro; fue también un rotundo NO a la partidocracia opositora venezolana. Ahora, ¿por qué un Sí a Machado?
Hay varias razones que explican el ascenso de Machado. No vamos a negar sus dotes personales. Pero estas no habrían servido de nada si ella no se hubiese postulado en la hora de defunción de los partidos. No fue MCM quien arrasó con los partidos, como tanto se ha dicho, sino la ruina de estos fue lo que llevó a MCM al pedestal del liderazgo. En síntesis: MCM es líder de un movimiento post- partidista, elegida para encabezar épicamente la habilitación de su inhabilitada candidatura, como paso que llevaría al fin del gobierno Maduro.
Y al igual que Guaidó en su hora de oro, «hasta el final». Ahí reside el dilema que deberá enfrentar más temprano que tarde la oposición venezolana: o se embarca en una lucha inútil por la habilitación de MCM del mismo modo como durante Guaidó se embarcó en una lucha inútil por «el fin de la usurpación», o busca una alternativa electoral dentro del marco de lo posible, lo que nunca, bajo un gobierno como el de Maduro, será lo óptimo.
El hecho de que Maduro haya decidido anular las primarias de la oposición muestra no solo su no aceptación del resultado, también su deseo de llevar a la oposición a una confrontación sin salida. Ese es, está de más decirlo, el escenario que más conviene a Maduro. La oposición verá si acepta su lógica.
Hay otra posibilidad: basta pensar en lo que ocurrió en Barinas. Maduro puede inhabilitar a candidaturas, pero no puede hacerlo hasta el infinito. La inteligencia política –así ha sido demostrado en diversos países– no consiste en jugar según las reglas del adversario, aunque tampoco ignorarlas. Pero sí, volverlas en su contra.
Por lo menos la oposición tiene en María Corina Machado, sino una candidata, un liderazgo. Que ella lo sepa ejercer, es todavía una incógnita. Hay en la historia moderna líderes que han sido primero líderes y después candidatos (Valesa, Mandela, Churchill) y otros que han sido candidatos y después líderes (Perón, Allende, Chávez). MCM es una líder de quien no sabemos si será candidata. Probablemente, si las cosas están dadas como hoy, no. No lo será.
Nadie, es cierto, puede conocer la realidad política del 2024. Pero si MCM da la lucha por su candidatura –y la dará– y no la logra, ella tendrá que elegir entre ser quien llevó a una destrucción apoteósica, o quien, en el momento oportuno, abrió las condiciones electorales para desalojar a Maduro y a su corrupta corte del poder. Lo segundo no parece todavía probable. Lo primero está comenzando a ocurrir. s.
No hacer lo que el enemigo quiere que tu hagas será siempre imperativo de ese arte de lo posible, al que llamamos política. Convertir la lucha electoral (donde el gobierno puede perder) en la lucha por la habilitación de MCM (donde el gobierno puede ganar) es lo que el gobierno espera.
El mesianismo no es la solución, el mesianismo es el problema.
El dilema argentino
Massa, Sergio Massa, a diferencias de Machado, no es un líder mesiánico como MCM en Venezuela, y al parecer tampoco tiene pretensiones de serlo, pero es un candidato que, bajo ciertas condiciones aún no muy precisas, podría llegar a ser, si no un líder, un presidente. Pero para eso tendría que ganar las elecciones finales que tendrán lugar el próximo 19 de noviembre, empresa muy difícil, para muchos casi imposible.
Pero ese «casi» encierra todavía una leve posibilidad. Mas si se tiene en cuenta que las balas orales disparadas por Milei están dirigidas principalmente a la fracción cristinista del peronismo a la que, pese a haber sido ministro de Cristina, no pertenece Massa.
La imagen de Massa no es la de un peronista ortodoxo (el peronismo carece de ortodoxia) pero sí la de un hombre de diálogo, un buscador de consenso, un pragmático, en fin, un político con mayúscula. A diferencias de Patricia Bullrich (23,8%), quien del peronismo pasó a la derecha liberal, Massa viene de las canteras de la derecha liberal y de ahí pasó al peronismo. Y como dijo un psicoanalista (no me acuerdo el nombre) «las marcas de la juventud, aparecen durante la madurez». Esa es sin duda una de las razones por las cuales tantos votaron por Massa. Pero, y esto es muy importante, no todos los que por él votaron, votaron por él.
Los muchos opinadores argentinos parecen estar de acuerdo en un punto: A Massa lo eligieron como el anti-Milei. Pero ¿por qué no eligieron a Patricia Bullrisch para contraponer al «libertario» de la ultra derecha? Claro, eso habría sido lo más lógico, pero solo si la política fuera lógica. Bullrich parecía en efecto ser el perfecto centro geométrico situado entre el ultraliberalismo económico de Milei y el rentismo estatal del peronismo. Pero quizás por eso mismo no pudo en la primera vuelta avanzar demasiado más allá de la votación en las primarias (PASO).
Para explicar mejor esta aparente anomalía, hay que recurrir a la teoría de los polos políticos. La teoría dice más o menos así: si aparece un polo, produce otro polo (los españoles, por ejemplo, aducen con cierta razón que VOX fue un producto neto de Podemos). Ahora bien, los polos, aunque parezca tonto decirlo, polarizan.
Milei es polar, incluso bipolar (libertario y ultraderechista) y luego, el polo contrario no podía ser Bullrich porque Bullrich estaba situada en el centro de la cancha. Ahora, si los electores argentinos la pensaron bien, vieron en Massa un polo no tan polar. Dicho otra vez bien claro:
Massa, dentro del peronismo, no es cristinista ni extremista. Massa es antes que nada massista, es decir, alguien flexible, alguien que busca el consenso, primero dentro de sus propias filas y luego con los demás.
El consenso inter-peronista lo logró fácil Massa, pues para vencer a dos derechas juntas, el candidato no podía ser cristinista. El segundo, nos informan los opinadores argentinos, se debió al trabajo de hormiga que entre las elecciones primarias y la primera vuelta realizaron Massa y los suyos, reviviendo antiguas amistades, estableciendo relaciones con el ala más radicalmente anti-Milei del JxC, en fin, yendo a la montaña sin esperar que la montaña viniera a ellos.
*Lea también: Elecciones en Argentina: Massa y Milei se medirán en segunda vuelta el 19 de noviembre
«Sergio Massa» – escribe Susanne Käss de la Konrad Adenauer Stifftung – «es un maestro de la transformación cuando se trata del objetivo de mantener el poder, y lo ha demostrado muchas veces, y lo que hizo en esta campaña fue increíblemente hábil, diría que casi virtuoso: fingir que no tenía nada que ver con este gobierno y que el suyo comenzaría el 10 de diciembre». Sin embargo, no fingió. En el hecho Massa no es cristinista. Y eso le sirvió demasiado.
El cristinismo o kirchnerismo no es todo el peronismo. Aquí debemos detenernos para dejar claro que, más que un partido, el peronismo es una confederación informal de partidos informales. Un gran invento argentino. Si se quiere, el mejor invento después del tango.
En el peronismo coexisten de modo fluido corrientes que en otros países surcan por diferentes cauces, e incluso se interfieren entre sí. En el peronismo, no. Uno puede ser neoliberal como lo fue Menem, izquierdista como lo fueron los Kirchner, cualquier cosa como lo es Fernández, pragmático como lo es Massa. Esa es también la llave del asombroso sentido de supervivencia de la fauna peronista. Cuando llega el momento de “un partido” los otros peronistas se hacen a un lado e, incluso, como Cristina, desaparecen de modo mágico de la faz pública.
El anarco-capitalista Milei en cambio, no puede mutar, siempre será el mismo, un medioloco. Si cambia se notará mucho y eso se verá muy feo. El «encanto» de Milei reside en que él siempre será Milei y su partido (La Libertad Avanza) una prolongación de Milei. Ahí está la razón de sus indudables éxitos políticos. No así Massa. Massa no necesita cambiar para aparecer como medio liberal. Es que, de veras, Massa es medio liberal. Y aquí viene la pregunta, ¿quién pescará más en «la pecera del balotaje», como llamó el columnista Alfredo Serrano Mancilla a la segunda vuelta? (Página12)
Matemáticamente gana Milei. Ahí no hay dudas. Pero la lógica de las matemáticas no siempre es la de la política, ya lo vimos el 22-O. El secreto del triunfo cree haberlo encontrado Milei en el «partido del medio», JxC, sobre todo a partir del momento en que Bullrich declaró que jamás llamaría a votar por un peronista. Sabidas son además las afinidades que comparten en materia económica Milei con Macri. Pero en esta curva tenemos que manejar con cuidado. JxC no es una horda disciplinada. Por lo mismo, las palabras de una ex candidata derrotada no pueden ser consideradas como órdenes para nadie. Y si Macri tiene afinidades económicas con Milei, Massa tiene las suyas con Horacio Rodríguez Larreta, el otro gran nombre de JxC.
La clientela de JxC odia al peronismo, pero también hay una parte que teme a Milei. En noviembre veremos si el odio o el miedo serán más determinantes en la psicología política de las masas de JxC.
Hay también, agreguemos para completar la incertidumbre, los que todavía no saben por quién votarán: ese partido universal tan decisivo llamado «los indecisos». Puede que una gran parte no se decida nunca y no vote. A estas alturas tampoco sabemos a quién convendría más la abstención, que puede ser aún mayor que en la primera vuelta. Me atrevería a aventurar, con cierta timidez, que a Massa, pues a Milei es al que más conviene sumar para acortar.
Los votantes de Juan Schiaretti (6,8%) juran que no votarían nunca por Massa. Pero ¿lo harían por Milei? Para completar el cuadro, Miriam Bregman, la candidata del «Frente de Izquierda»(2,7%) soltó una frase obvia para todo el mundo, menos para las izquierdas: «Massa y Milei no son lo mismo». Exacto: no solo no son lo mismo. Ambos representan, cada uno a su modo, dos tendencias políticas que predominan en Argentina, pero también en casi toda América Latina.
A un lado los partidarios de una economía liberal pero sin política liberal. Al otro, los partidarios de la política liberal, pero sin economía liberal. No es una contienda ideológica. Tiene que ver más bien con el tipo de Estado que predominará en el futuro próximo en la región. O un estado más económico que político o un estado más político que económico. Milei es, de modo fanático, partidario del primero. Massa, sin fanatismo, pero por venir de donde viene, tiende a favorecer al segundo.
Nadie sabe cuál línea será la que se impondrá el 19 de noviembre.
Es curioso: ese «no saber» es también la razón por la que a muchos nos gusta tanto la política.
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Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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