De González Prada a Calderón Berti, por Américo Martín
Para comentar la declaración de mi amigo Humberto Calderón Berti debí cambiar el artículo que tenía escrito para TalCual. Y aunque quedé satisfecho con las páginas retiradas, las incidencias que concurrieron a explicarla justificaban las expectativas que levantó su comentario. El ex embajador del presidente Guaidó no ocultó situaciones que no pueden ser obviadas, pero no incurrió en la debilidad de aprovechar el incidente para fines propios ni contribuyó a socavar la relación Guaidó-AN, eje de las fuerzas del cambio democrático, sin ocultar irregularidades que, para superarlas, es preciso exponerlas.
Por no conocer pormenores me resulta imposible pronunciarme sobre cuánto haya de verdad en lo anticipado, como tampoco lo hace el propio Humberto, quien solo enfatiza la necesidad de investigar sin concesiones. Investíguese pues, sin temor a sus resultados ni a la pretensión inútil de demoler la Asamblea Nacional, único poder en Venezuela cuya legalidad y legitimidad goza de inconmovible aceptación mundial y nacional. Debe significar algo bueno para el cambio democrático que cada vez que una autocracia desaparezca en esta Región, entre sus primeras reacciones está voltear la mirada hacia Venezuela y reconocer al eje AN-Guaidó.
En fin, no encuentro señales de mala fe en Humberto y por el tono civilizado que de nuevo utiliza, lo recomendable es que se hable con él para llevar sus objeciones a útiles conclusiones. Es lo que personalmente haré cuando pueda verlo, que no es fácil en la incomunicada y acuartelada nación nuestra.
No obstante uno de los temas abordados por Calderón no necesita ser investigado sino a lo sumo explicado: el del lugar de los políticos según su edad. Es cómico en cierta forma porque el valor del aporte público está en la significación que éste tenga más que en la edad del autor.
Si de edad se habla, quiero subrayar que un gran número de expresidentes de las FCU de todas las universidades de Venezuela dondequiera y en la condición en que se encuentren (presos, en el extranjero y en nuestro atormentado país) y de todas las edades hemos creado de la nada un movimiento para salvar la autonomía universitaria y la libertad académica que son emblemas hispanoamericanos desde la Reforma iniciada en 1918 en la pequeña universidad de Córdoba, Argentina.
La Reforma se expandió como río de azogue encendido por el subcontinente. “Los jóvenes vivimos en trance de heroísmo” consignó el primer manifiesto de Córdoba. Y toda esa justa y noble exaltación de la juventud arrancará declaraciones de admiración en intelectuales tan brillantes como Ortega y Gasset, Eugenio D’ Ors, Jiménez de Azúa, Rodó, Ingenieros, Vasconcelos.
¡Qué clase obrera ni qué ocho cuartos! -clamaron-, en Latinoamérica la vanguardia para la libertad y modernidad es la juventud.
En la misma línea se manifestó el intelectual peruano Manuel González Prada, quien era reconocido como maestro de las letras por Haya de la Torre, Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, César Vallejo.
Este influyente poeta modernista inflaba un poco su retórica quizá por su condición anarquista. Cerró un breve pero memorable discurso, en el teatro Politeama, con una frase impactante parecida a la verdad, sin serlo, que no le hubiera gustado a mi apreciado Calderón:
-¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!
En su válida exaltación de los jóvenes, aunque manchada por su inesperado decreto de muerte contra los mayores –siendo él uno de ellos– de hecho, su explosiva retórica lo arrojaba al suicidio.
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– Por lo visto, pasar de 50 ya es sospechoso, musita Calderón.
La edad de oro, como generalmente toda mitificación, atenta contra el más caro de los anhelos del momento: la plenitud democrática, la libertad, la paz y prosperidad perdidas en la maraña de utopías afortunadamente en retroceso. No hay más camino que la unidad sin exclusiones ni diferencias estamentales, burocráticas o “etarias”. La unidad para lograr ese cambio fundamental que ya asoma en el horizonte debe incorporar recomendaciones como las de Humberto.
Pero eso supone borrar del mapa la enfermiza suspicacia y la de dar por veraces las descalificaciones emanadas de la rivalidad y el interesado ensañamiento.
Todos caben en la unidad incluso quienes provengan de la otra acera. La justicia no es venganza y tampoco impunidad, pero una dirección acertada no puede excluir flexibilidades que nos ayuden a derrotar la desgracia entronizada sin arriesgar el gran cambio democrático en ciernes.
Arnold Toynbee explica la dinámica histórica no con dogmas como la lucha de clases sino como los retos que los seres humanos reciben en cada momento de su vida y que al vencerlos o no transforman el medio, los instrumentos de trabajo, de defensa y su visión del mundo. Habló entonces de la ley del desafío y la respuesta. Los desafíos nos ponen a prueba, las respuestas suponen cerebro frío, corazón ardiente, unidad amplia y diversa, estilo unitario y serenidad para aprovechar la experiencia acumulada.
Esos desafíos no excluyen a ningún amigo del cambio democrático. Los llaman a todos.
-Excluyendo según la edad, diría González Prada
-Incluyendo a todos, respondería Calderón.
Porque si los desafíos de que habla Toynbee son enormes las respuestas tendrán que ser descomunales.