De la democracia, por Luis Alberto Buttó

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En los procesos de construcción o reconstrucción de la democracia es imprescindible no perder de vista ciertas precisiones conceptuales con expresión operativa que, en sí mismas, caracterizan, definen y diferencian a este sistema político, so pena de que al no considerarlos, tanto el liderazgo que impulse los procesos de cambio asociados, como la ciudadanía que debe erigirse bastión y garante de lo que en definitiva resulte en funcionamiento, no cuenten con la perspectiva de análisis adecuada y, en consecuencia, el régimen implantado responda a una realidad distinta, se le conciba en términos mínimos que castren de antemano su desarrollo, o a la larga termine desmoronándose al ser exigido en asuntos que, por esencia, está imposibilitado de satisfacer.
Por supuesto, es imposible abordar en este espacio todos los elementos que confluyen para la estructuración del concepto democracia. Hagamos un paneo sobre algunos de los más importantes al respecto. En primer lugar, la democracia no es garantía de buenos gobiernos. Eso es un desiderátum y, sobre ello, el juicio de valor se acordará en función de las apreciaciones colectivas. Lo único que la democracia está obligada a garantizar es la posibilidad de que los gobiernos ineficaces, incompetentes, o apartados de la ética, sean desplazados de manera civilizada y pacífica con la activación de la soberanía popular expresada de acuerdo a las temporalidades y herramientas constitucionalmente establecidas.
En otras palabras, la democracia es alternancia en el poder para evitar la perpetuación en el control de éste de cualquier facción política de manera indefinida, arbitraria o inconveniente. Lo contrario es el mantenimiento en el poder vía la represión y el control social. Eso no es democracia.
Es autoritarismo o totalitarismo e implica la negación de las libertades políticas, económicas y civiles cuya defensa a ultranza constituye el eje transversal de la democracia. La vigencia de esas libertades hace humano al individuo. Es decir, solo la democracia humaniza el vivir en sociedad.
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Gobernar democráticamente es gobernar con estricto apego a lo establecido en el cuerpo legal vigente, terreno en el cual los asuntos públicos no son de interpretación sino de mandato. Por consiguiente, los gobernantes democráticos son apenas eso: mandatarios; jamás líderes predestinados para jugar en su megalomanía a ser constructores de nuevas eras utópicas, tenebrosas por definición. En este punto, la tautología es evidente: hay democracia cuando está en vigencia el Estado de Derecho y el Estado de Derecho se materializa cuando la democracia se encuentra en pleno funcionamiento.
De lo anterior se desprende que la democracia es fondo pero también forma. En este sentido, la separación y autonomía de los poderes del Estado es consustancial al discurrir de la democracia. Es la base de la supervisión que cada poder debe practicar sobre el otro para contrarrestar y/o castigar con prontitud y justicia las cuestionables pero naturales tendencias al abuso del poder. No hay ángeles en la sociedad y por ello ningún funcionario debe escapar a la vigilancia pautada en la ley, tanto en alcances como en contenido. Frente a las posibilidades de arbitrariedad en el ejercicio del poder, la democracia se presenta como el único muro de contención factible.
En esa tarea de contraloría social la ciudadanía desempeña rol preponderante a través de las organizaciones de la sociedad civil. Ergo, la democracia es ciudadanía o, para decirlo de otra manera, se sustenta en ella. Obviamente, dicha contraloría social, para ser auténtica, ha de estar apartada de cualesquiera mecanismos que la emparenten con el poder establecido.
El populismo como práctica gubernamental es contrario a la democracia porque, a fin de cuentas, persigue, con la manipulación de las apetencias o necesidades de la población, desvirtuar, minimizar, constreñir, hacer invisible la crítica y el reclamo. El populismo conduce a la dominación y en la democracia no se domina, se convence.
En países como Venezuela, donde la democracia fue desmontada en nombre de un proceso revolucionario que, como todos ellos, solo acarreó infelicidad, privaciones y sufrimientos a la población, tener en mente lo que verdaderamente es la democracia debe constituirse en faro de direccionalidad estratégica, de cara al futuro por venir. No hay que olvidar que los aplausos producto de la exaltación momentánea no siempre se traducen en la conquista de lo anhelado. Hace más de dos décadas, en esta tierra hoy desafortunada, se aplaudió a rabiar en medio de la ceguera política generada por la demagogia.
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