De la grandeza, por Simón Boccanegra
En 1964 el Partido Comunista de Francia era todavía aquella formidable formación obrera que llegaba casi al 30% de la votación del país. Estaba en franca y ruda oposición a le grand Charles, esto es, al general De Gaulle, quien desde 1958 era presidente. El partido, staliniano y cerrado -el peor de Europa-, era todavía, sin embargo, aquel del cual Pablo Picasso decía que constituía «la fuente donde cada año abrevaba». Nimbado aún por la gloria de la Resistencia contra los nazis, al lado, precisamente, de De Gaulle, su líder era el legendario Maurice Thorez, ex obrero ferroviario, quien aquel año falleció. De Gaulle pronunció una frase memorable: «Lui, il etait aussi la France»: «El era también Francia». Fue el homenaje del viejo guerrero a alguien que lo adversaba pero para quien la historia contemporánea de Francia no podría ser contada omitiendo a Thorez. En eso consistía la grandeza de De Gaulle. En eso reside la diferencia entre los constructores de tiempos distintos -cualesquiera que ellos sean- y los jefes de sectas mezquinas y de corto aliento. Sin Arturo Uslar Pietri la historia del siglo veinte venezolano no podría ser contada. Faltó quien debía decir que él también era Venezuela.