De La Guaira a Caracas solo protege el tapabocas
«Radicalizar la cuarentena» fue lo que dijo Maduro que haría, sobre todo en la gran Caracas, por ser la zona del país que concentra el mayor número de casos detectados. Sin embargo, en las calles la realidad es otra
Van 129 contagiados, tres fallecidos y más de un centenar de casos sospechosos por coronavirus detectados. Es el día 15 desde que el régimen de Nicolás Maduro declaró en cuarentena al país para prevenir que el covid-19 se propague por todo el territorio nacional. Pero a 17 días de haberse confirmado la llegada de la enfermedad, en muchas partes de Caracas -y también en el interior del país- la cuarentena y el distanciamiento social son meras palabras llevadas por el viento.
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No hubo actualización en el número de contagios en la mañana del 30 de marzo. El boletín ofrecido por el Gobierno el día anterior daba cuenta del fallecimiento de una persona más y que se se registraban hasta el momento 129 casos, por lo que quienes salieron de sus hogares a primera hora lo hicieron con el número 129 entre ceja y ceja y con la sensación de que se está a contrareloj, pues los números aumentan y con ello el miedo a formar parte de las estadísticas.
«Radicalizar la cuarentena«, eso fue lo que dijo Maduro que haría, sobre todo en la gran Caracas, por ser la zona del país que concentra el mayor número de casos detectados. Según él, el paso entre las entidades estaría restringido excepto para trabajadores estratégicos: del sector salud, alimentación, telecomunicaciones, medios de comunicación y servicios básicos, y por esta razón se exigiría a cada quien presentar un carnet o salvoconducto que demostrara por qué se desplazaba de un lugar a otro.
Saca el carnet
Aún había puestos vacíos, pero el colector del autobús Encava anunció que la unidad se preparaba rumbo a Caracas. Desde las 7:45 de la mañana aguardaba por pasajeros. Eran las 8:30 y seguía sin llenarse, así que la opción fue arrancar y confiar en tener mejor suerte en el regreso.
Con el avanzar de la unidad en la autopista Caracas-La Guaira, los pasajeros sacaron de sus carteras, bolsillos, bolsos o debajo de su camisa los carnets, verdaderos salvoconductos en esta virulenta crisis. Si de por sí salir de casa generaba nervios, la cercanía al punto de control de la Guardia Nacional (GN) los exacerba. Con ellos nunca se sabe qué esperar, capaz no estaban de ánimos y simplemente decidían impedir el paso a todo el mundo.
Tras unos 20 minutos de avance lento, por fin el autobús pasa frente al lugar donde estuvieron apostados los uniformados, poco después del antiguo peaje de La Guaira. El conductor, colector y todos los pasajeros estábamos preparados para lo que según el Gobierno es rutina: bajarse del autobús, mostrar los salvoconductos y esperar a que el paso fuese aprobado por los efectivos. Pero esta vez no fue así.
El grueso de los guardias estaba agrupado bajo un toldo, mientras que solo unos seis se encontraban en el canal de la autopista, dirección Caracas, con una mano tapándose del sol y con la otra indicando la aprobación de paso hacia la capital.
«Capaz más arriba hay otra alcabala», exclamó un hombre de la tercera edad que iba en la unidad. «Así que no hay que confiarse», agregó. En todo el camino los documentos no se guardaron: dada la radicalización del control de la movilidad, era de esperarse que hubiesen más filtros para llegar a destino.
«¡Señores hasta aquí llegamos», gritó el colector unos minutos después, enfundado en su camisa manga larga, guantes de tela y tapabocas improvisado. Guardamos nuestros carnets y salvoconductos que nunca usamos y desembarcamos justo debajo del puente de Gato Negro, en Catia, Caracas.
A casi dos semanas de haberse declarado la cuarentena, y aunque el llamado que se ha hecho durante días es a quedarse en casa, en la zona deambulaba gran cantidad de personas, en los alrededores se mantenía el paso apresurado de gran cantidad de personas: unos con bolsas de comida, otros con niños en brazos, otros vendiendo tapabocas y otros tantos anunciaban la venta de café, cigarrillos y chucherías.
Incluso había congestionamiento vehícular en dirección hacia Vargas, lo que indicaba que quien deseaba regresar de inmediato duraría horas en una cola que avanzaba lento.
La gente parecía no querer tocarse, pero pese al peligro de contraer una enfermedad altamente contagiosa, miles permanecía en la calle.
Casi a las 10:00 de la mañana el transitar hacia el centro de Caracas era similar al de un día cotidiano: personas haciendo colas para entrar a abastos, unidades de transporte repletas y peatones cruzando la calle sin respetar la luz del semáforo. El agite que siempre se vive en la zona permanecía intacto pese al decretado confinamiento.
«¡Oro, plata, dólares!»
El centro de Caracas estaba menos transitado. La avenida Baralt lucía vacía en comparación a los días donde la normalidad reina, así como también los alrededores del Palacio Federal Legislativo. En este último, además del ruido de los carros y motos y el murmullo de la gente que andaba, solo se escuchaba el «Compra de oro, plata, dólares y euros» de algunos comerciantes, que pese a no ser de los sectores estratégicos permanecían en las calles sin que ninguna autoridad les diera orden de retirarse.
Lo mismo ocurría en la plaza Miranda, cerca del Ministerio de Trabajo, donde vendedores informales ofrecían cargadores y carcasas de teléfonos a supuesto buen precio. Todos lanzados en el suelo, con tapabocas improvisados y sin dejar ver que tenían al menos agua y jabón cerca para lavarse las manos, tal y como lo han recomendado autoridades y especialistas. Parecía que la cúpula de Gobierno no hubiera hablado nunca. Estas aceran son un pueblo sin ley.
Cerca del mediodía quienes hacían compras de primera necesidad entre Teatros y Capitolio se apresuraban por regresar a sus casas «antes de que la policía se ponga necia», decían unos.
Acercarse al metro no era opción. En Capitolio un funcionario de la GN impidió la entrada de un joven porque «el sistema solo puede ser usado por trabajadores públicos, los privados no pueden entrar», aunque había mostrado su salvoconducto. Si esa se le aplicaba a trabajadores «estratégicos», el espaldarazo sería peor para peatones comunes.
Quienes deseaban regresar a Gato Negro y Catia, tenían como opción caminar o aguardar la llegada de camionetas, unas más vacías que otras. Eso sí: sin el tapabocas el colector no dejaba abordar a nadie.
Tras hacer diligencias en el centro, el objetivo fue regresar a Vargas. Una voz pidió parada y varios pasajeros desembarcamos justo frente al Parque del Oeste, en la parada de los autobuses que viajan hasta el litoral central.
Funcionarios de la Guardia Nacional pedían a través de un megáfonos el retorno a casa de los ciudadanos. También efectivos de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) vigilaban que se mantuviera el distanciamiento social, el mismo que tres horas antes no se respetaba.
A unos diez metros de los funcionarios vendedores ambulantes ofrecían carteras, zapatos y ropa usada. Todas las prendas sobre un plástico en el suelo, parecía que cada quien vivía su propia realidad: una era de los que aseguraban resguardar la vida de los venezolanos y la otra la de quienes viven del día a día y que «si no nos mata el virus, nos mata el hambre si no salimos de casa».
En la unidad de regreso, el protocolo anunciado por el gobierno se mantenía. La orden dada por el colector era que todo el mundo debía tener su tapabocas y salvoconducto «para evitar ratos chimbos en la autopista».
La cola para llegar avanzaba lentamente, al menos 30 minutos demoró el conductor en arribar hasta el primer punto policial, casi llegando a la autopista, sentido Vargas. En el lugar choferes de automóviles particulares protestaban porque se les impedía el paso a Caracas, afirmando que necesitaban llegar a sus casas y que sabían de personas que arribaron a la capital sin mayor problema.
El autobús, también marca Encava, avanzó y dejó atrás la diatriba que mantenían los conductores con funcionarios de la PNB. La cola continuó hasta el módulo de la GN que se encuentra en la autopista Caracas-La Guaira en el que también más de uno, incluyendo la unidad de 48 puestos que se dirigía a Caribe, pasó sin ser revisada, sin que ningún funcionario tan siquiera verificara que todos los pasajeros tuvieran su mascarilla.
«Fuimos la excepción», dijo un usuario. Y sí, hoy varios fueron excepciones y cabría preguntarse ante esto ¿Qué costo generan los cabos sueltos en las pandemias?