De la pasión a la melancolía, por Américo Martín
La razón no está de moda. No me place hacer ironías que comprometan la reputación de los demás, ni creo que el sopor paralizante que sigue a una pasión fallida sea algo fuera de lo común. La ausencia de una autoridad opositora masivamente respetada pavimentó la frustración de la esperanza del cambio inminente. Que quizá pudiera alcanzarse si se construyera una sólida unidad sin exclusiones, capaz de aprovechar los grandes flancos falsos del contrario y de sumar fuerzas de todas las procedencias. El dilema no era y ahora menos: “izquierda-derecha” o “capitalismo-socialismo” o incluso “chavismo-democracia”. La hipercrisis les ha sobreimpuesto el deslinde causado por la ruina de todo y de todos.
Los antagonistas reales son, de un lado, la nación en su diversidad y pluralidad, y del otro una minoría que se aferra agónicamente a la perpetuidad por miedo a sus miedos. La pasión ha cegado a esos históricos contendientes. Los cismas en su seno lo demuestran. Es visible el fortalecimiento de una tendencia en el oficialismo que rechaza la estrategia y los actos del régimen. Intelectuales, trabajadores, gente de buena fe, deberían construir una sostenible corriente democrática orientada a la unidad nacional sin renunciar a sus ideas puesto que, por diversa, en la nación conviven todas las tendencias del pensamiento y todos los intereses sociales. Aunque se haya partido de visiones opuestas esa rica pluralidad confiere gran urgencia a la conquista de un omnicomprensivo sistema democrático. Se trata de unir banderas acordar un programa de salvación de Venezuela sin que disentir arriesgue libertad, honra o vida. Quede al pueblo elegir sus gobernantes en cada oportunidad constitucional.
La desmoralización en el ánimo colectivo da lugar a desangeladas acusaciones que pretenden seguir restando, seguir dividiendo. Hay que levantar el ánimo, tender la mano, ampliar las fronteras de la unidad nacional y conferirle todo su valor a la conformación de una crítica corriente democrática en el oficialismo.
Entre la pérdida de Cuba y Puerto Rico y simultáneamente de Filipinas (descubierta para España por Magallanes, su nombre honra a Felipe II) y la 1ra Guerra Mundial, se hizo sentir la célebre Generación española del 98. Sus integrantes –Miguel de Unamuno, el más visible- vivieron literariamente aquellas dos catástrofes y de ahí su apasionado fatalismo. Terminaron sumidos –escribió Martínez Ruiz, llamado Azorín- “en la abulia, el desinterés por la política y el pesimismo”.
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¡Que no nos toque en suerte el periplo de la pasión a la melancolía! Unamos a todo el que se oponga a la tragedia y asumamos juntos la redención de Venezuela. Sin odios, sin violencia y sin confundir justicia con venganza. Que con exigencias grandilocuentes no minemos tampoco el solidario respaldo de la comunidad internacional, apreciable logro de la oposición que sería mezquino regatearle
Concluyo con una boutade de Unamuno, siempre ajeno a la abulia de Azorín.
“Si en las naciones moribundas sueñan tranquilos los hombres oscuros, si en ellas peregrinan los idiotas, mejor es que las naciones agonicen”
No exageremos don Miguel.