De Siria a Kenia por Fernando Rodríguez
Nuestra diplomacia además de haber tomado los caminos más tortuosos del muy torcido planeta actual, lo que le ha merecido codearse en el selecto club de los países forajidos, se permitió desmantelar nuestra Cancillería para poner compañeritos fieles e ignaros, para ser redundantes, en el lugar de diplomáticos de carrera o de alguna experiencia.
De lo primero ya se ha hablado mucho en este diario y en muchos otros nacionales e internacionales. Además simplemente reseñando no pocas veces posiciones explícitas del gobierno, imprudente, bocón, en estas lides donde el sigilo, las sugerencias y los silencios parecen parte sustantiva del oficio.
Asuntos de las dimensiones del amor por las FARC o la veneración al Bolívar libio. O, también, cuando hubo escándalos que explotaron en mitad de la calle, como el famoso caso Antonini. Son incontables.
Ahora le toca el turno a la martirizada Siria. Nuestro embajador en la ONU, Jorge Valero, acaba de ratificar, ¡todavía!, el apoyo venezolano al espíritu democrático del gobierno genocida de Damasco, victimado, dice, por el intervencionismo de las grandes potencias.
Posición que en el planeta sólo mantienen, con más tacto la mayor parte de las veces, una docena de países lacayos de los imperialismos soviético y chino.
Sólo nuestro fraternal Irán, atómico y lapidador, últimamente nos supera en el contubernio explícito con Al Assad, criminal sin nombre, dispuesto a masacrar hasta el último de sus ciudadanos para mantenerse en palacio y que su mujer pueda seguir apareciendo en las revistas del jet set internacional. Sin duda nuestra pasión libertaria, heredada de Guaicaipuro y Bolívar, es imperecedera.
El caso de Kenia es de otro orden, puritita página roja, novela negra, película de Tarantino. Difícil concebir figuración más truculenta y degradada de la patria en el extranjero que la allí escenificada.
Una embajadora asesinada por un subalterno y su amante, sexo turbio y delictivo, intrigas terribles por el poder en esa aislada y macabra delegación y, dice la prensa keniana e internacional, hasta narcotráfico a través de la valija diplomática se puede suponer (ver El País de ayer).
Esto no es tontería, ni lamentable azar. Sea cual fuese su resultado, hay ya acusaciones incontrovertibles contra nuestra cancillería: ¿quién nombró a sujetos como el exembajador, acusado de acoso sexual, o al supuesto asesino de la embajadora que nada tenían que ver con la formación o la experiencia diplomática? ¿Cómo se pudo mantener, según el destituido embajador Carrillo, una situación de insurrección y desgobierno por más de dos años en una embajada de poca monta? ¿Cómo se manejó la intervención de la embajadora, persona seria y honesta según testimonios creíbles, que la expuso a situaciones en extremo peligrosas?
Sin duda que nos tocará leer muy pronto nuevos y apasionantes capítulos sobre la sobrecogedora trama. Los seguiremos.
Pero lo que queda es la justa presunción que esto es una simple muestra, esperemos que la peor, de un servicio exterior confeccionado con ideólogos trasnochados, compañeritos de partido, primos y cuñadas, coronelitos desocupados… y que otras historias tristes que oímos, de aquí y de allá, son la lamentable realidad de nuestro servicio exterior.
En cuanto a Siria y sus centenares de miles de muertos, sus métodos bélicos atroces, ¿no sería bueno que se haga manifiesta una muestra de indignación nacional?
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