De tres en tres, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
El número tres tiene sus misterios. La Santísima Trinidad, los tres Reyes Magos, el tridente de Satanás, los tres grandes de la Segunda Guerra Mundial: Roosevelt, Churchill y Stalin; las tres Marías, el árbol de las tres raíces, Los tres chiflados, el primer triunvirato: Cristóbal Mendoza, Juan de Escalona y Baltazar Padrón, los tres de la Retórica de Aristóteles: logos, ethos y pathos; Aparicio, Concepción y Cabrera; los tres primeros en pisar la luna: Amrstrong, Aldrin y Collins; Pelé, Messi y Ronaldo; los tres sublimes majaderos: Jesús, Colón y Bolívar.
No podría extrañar, entonces, que en la no descartable negociación Maduro-Guaidó, la luz del Acuerdo de Salvación Nacional fuera matizada por las tres condiciones opuestas por Maduro.
Antes de analizarlas, sería importante comenzar resaltando que, pese al estilo lírico —como muy venezolanamente lo envuelve—, se trata de un importante paso. Porque estamos hablando de negociación y no de guerra, de paz y no de sangre. Ese paso, por supuesto, es el primero, que muchos han aceptado y casi nadie ha descartado.
Aunque las tres condiciones de Maduro fueron postuladas no en busca de una inmediata respuesta sino, tal vez, como premisa para el inicio de conversaciones —a diferencia de la esperanza vertida líricamente por Guaidó—, la trinidad de Maduro nunca podría aspirar a ser aceptada en la forma como se presentó. Pero, siendo como soy de los que creen que del diálogo siempre pueden conseguirse resultados auspiciosos, considero que estos escarceos pueden conducirnos a desenlaces mucho más interesantes.
Como las RR. SS. no podían permanecer al margen, alguien contrapropuso a esa trinidad socialista otra más compatible, pero igualmente difícil de aceptar: renuncia de Maduro y entrega de Miraflores a Guaidó, reconocimiento de la AN 2015 y devolución de los recursos de Pdvsa y del BCV utilizados para fines distintos a los contemplados en la ley. Evidentemente, a esas dos trinidades puede reprochárseles lo mismo, en el fondo no son serias. Salvo el efecto que pueda causar en el ánimo del adversario, la convicción de que nada que no sea realmente serio puede servir como base de negociación.
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Esto nos devuelve a la pregunta inicial: ¿es posible que fructifiquen negociaciones entre la parte gubernamental y la parte opositora? Y de nuevo tenemos que plantearnos si todas las presiones del mundo están en capacidad de vencer la resistencia de los que creen que Maduro jamás negociaría porque, supuestamente, es más lo que pierde saliendo de la presidencia que perpetuándose en el mando por la fuerza.
Alrededor de semejante tesis parecieran confluir todas las variedades del maximalismo. He visto probar lo contrario a varios de los hombres fuertes de un lado o del otro y, es natural que así sea, porque es muy difícil imaginar a alguien tan intransigente que nunca pueda ser colocado en el dilema de destruir totalmente un país para salvar su pellejo.
Los gobernantes más poderosos, sea por caso, Mao, Stalin, Pinochet, Duvalier, Ceaușescu, Jaruzelski, Hoxha, Tito, negociaron y, en casos más desesperados, optaron por suicidarse, como Hitler; pero nadie sostuvo la intransigencia, más allá de su vida, cuando la nación y el mundo los obligaron a retroceder.
Es, al fin y al cabo, la reserva de racionalidad humana que no abandona ni a los más inflexibles. De allí que sea tan necesario cultivar un lenguaje ajeno a las provocaciones e insultos inútiles. La búsqueda del diálogo es, en sí, toda una política ornada con un estilo amplio y constructivo, donde la razón prevalece venciendo muchas veces los obstáculos más inusitados.
La calidad de la causa es, en todo caso, lo determinante. Nixon dijo alguna vez que el liderazgo más extraordinario es el que sobresale conjugando tres factores fundamentales: un gran país —y Venezuela lo es—, una gran causa —y la libertad, la democracia y el progreso social son tres de las mejores que pueden conseguirse— y la tercera, que las corona a todas, líderes capaces de entender el mandato que les imponen el gran país y la gran causa.
No dudo que ejemplares de esa índole ya se han desarrollado en nuestra atormentada Venezuela, porque tal como dice el proverbio, a grandes males corresponden grandes remedios.
Américo Martín es abogado y escritor.
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