Debacle realista en Margarita (1817), por Ángel Rafael Lombardi Boscán
Don Pablo Morillo, “El Pacificador”, ya se había enterado antes de arribar al oriente del país de las atrocidades llevadas a cabo por el jefe realista y expedicionario Aldama, quien en Barcelona y Cumaná arrasó literalmente con “sangre y fuego” a todos los enemigos del Rey. Esta ofensiva realista fue importante porque obligó a los jefes republicanos a retroceder hasta Margarita y las márgenes del Orinoco. Morillo desembarcó el 15 de julio en Margarita dispuesto a retomar tan importante enclave y desde allí continuar hacia el sur para contribuir con los esfuerzos de La Torre en Angostura. Ya antes, desde el mes de mayo, el alto mando realista se había enterado del desastre en la batalla de San Félix, y bien sabía que con la temporada de lluvias en todo su esplendor, bien poco se podía hacer.
El dispositivo militar realista en el segundo semestre del año 1817 fue el siguiente: en Güiria, al oriente, los batallones Reina Isabel y Clarines; en Cumaná el de Granada y uno provisional. En Barcelona y La Guaira el de Barbastro, y en Puerto Cabello se concentró para su reestructuración los restos del Cachirí que había huido de Guayana.
La expedición de 2.600 soldados al mando de Canterac proveniente de España y con destino al Perú fue retenida por Morillo, que sabedor de la disminución de sus fuerzas europeas, ordenó a este jefe contribuir a la reconquista de Margarita. Una vez más Morillo subestimó a las fuerzas rebeldes que tenía que enfrentar y siguió creyendo que el profesionalismo de los expedicionarios españoles era suficiente para acabar de una vez por todas con la terquedad de los paisanos margariteños en armas. Para ello pudo contar con unas significativas fuerzas militares dispuestas a la invasión. Los jefes Morales, Aldama y Real al frente del regimiento Unión, el batallón de Granada, los Dragones de la Unión y Caballería Venezolana vinieron a apoyar a las fuerzas recién llegadas de Canterac, conformadas por dos batallones de Navarra, el II de Burgos, un escuadrón de Lanceros, uno de Cazadores a caballo y una compañía de Artillería. El total de las fuerzas realistas que intentó reconquistar la isla de Margarita fue de 3.500 soldados.
Margarita reveló a Morillo que los enemigos poseían una determinación impresionante y que la guerra venezolana podía no ser ganada con la facilidad que él había creído a su llegada en 1815.
Si el sitio y asalto a Cartagena de Indias en 1815 mermó considerablemente a los expedicionarios españoles, en Margarita encontraron un auténtico infierno. Los costos en hombres y material de guerra perdido fueron irrecuperables, pero lo más grave fue la desmoralización que cundió por primera vez sobre las fuerzas expedicionarias. El testimonio de Level de Goda es revelador al señalar el enfado de Morillo al ser incapaz de tomar militarmente a Margarita y sus principales reductos fortificados. Sus tropas fueron capaces de ocupar buena parte del sur de la isla, pero la feroz resistencia de los soldados de Arismendi, las inclemencias del clima seco y caluroso y la aridez de un terreno sin agua potable, fueron obstáculos insalvables para los expedicionarios. Los margariteños, expertos conocedores del terreno agreste de la isla, emboscaron repetidas veces a las sorprendidas tropas españolas. Morillo mismo refiere las vicisitudes de estas acciones cuando señaló lo siguiente:
“Los rebeldes habitantes de la isla de Margarita, después de haber perdido los pueblos de Porlamar, Pampatar, Paraguachí y Juan Griego, en las reñidas acciones que habíamos tenido los días anteriores, se hallaban reducidos a sus fortalezas de la ciudad de Asunción y del Norte, donde no era posible penetrar sino a costa de mucho tiempo de trabajo. Tienen en dichos fuertes siete baterías, construidas con todas las reglas del arte, en la cima de los más empinados montes, y con las que rodean las poblaciones; siendo los llamados de la Libertad y Maturín casi inexpugnables. Con ellos protegen la ciudad y sus avenidas, y aun cuando no sería muy difícil apoderarse de ella, como todos los vecinos se encierran con sus víveres en las eminencias fortificadas, luego que se aproximan nuestras tropas, hubiera sido necesario un largo bloqueo para reducirlos. De otro modo habría sido costosísima y sangrienta cualquier tentativa que se hubiese emprendido”.
Los informes de Morillo a sus superiores en España son elocuentes sobre el grado de sorpresa y turbación que le causó la terca resistencia de los margariteños y el colapso en la provincia de Guayana donde La Torre y su columna habían sucumbido. Por primera vez Morillo tuvo palabras de elogio y reconocimiento sobre sus adversarios, cuando señaló sobre los margariteños:
Estos malvados, llenos de rabia y orgullo, con su primera ventaja en la defensa, parecía cada uno de ellos un tigre, y se presentaban al fuego y a las bayonetas con una animosidad de que no hay ejemplo en las mejores tropas del mundo”
Entre las muchas batallas que se libraron quizás una de las más importantes fue la de Matasiete el 31 de julio. Un Morillo desalentado tuvo que evacuar la isla con más de 2.000 de sus soldados heridos, en su mayoría con los huesos rotos de las piernas. Según Level de Goda los margariteños adoptaron la estrategia siguiente:
“Todo margariteño es labrador, marinero y cazador tan fino que donde fija el ojo en puntería pone la bala, y en una de las juntas de guerra que tuvieron en Margarita cuando Morillo se acercaba, reflexionaron que cuando un enemigo caía muerto en acción, sólo quedaba uno fuera de combate, sin ocuparse nadie del cadáver, y sin hacérsele caso durante la pelea, los soldados pasaban sobre de él, hasta que concluida la acción se recogía del campo los muertos para dárseles sepultura o quemarlos o se dejaban allí abandonados; pero cuando un enemigo era herido, quedaban tres fuera de combate, uno el herido, y dos que le cargaban para llevarlo al hospital o a retaguardia, y si el enemigo lo era en las piernas caía, y era mayor el trabajo y la fatiga para sacarle de las filas. Por estas reflexiones acordaron que solamente se tirase a matar oficiales, y se apuntase a todos los demás en las piernas, a herirlos de gravedad”.
En Caracas los realistas trataron de disimular el desastre para evitar el desánimo de la población civil, pero el general Morillo en sus cartas oficiales dirigidas al Ministro de la Guerra en Madrid se sinceró sobre las consecuencias de esta desgraciada acción. Reconoció por primera vez que la guerra iba a ser larga y costosa, y que las posibilidades de ganarla ahora dependían de los suministros que desde España podía recibir. La evacuación de la isla de Margarita se justificó por dos razones: en primer lugar el desgaste inusitado de los cuerpos europeos que en una batalla sin cuartel estaban siendo diezmados lentamente; es decir, la guerra en Margarita se había estancado y Morillo y sus oficiales fueron incapaces de lograr reducir la resistencia republicana; en segundo lugar, las noticias que Morillo empezó a recibir sobre lo que estaba sucediendo en el continente le alarmaron. Sus espías le habían informado que Bolívar desde Angostura se disponía a marchar a reunirse con las fuerzas de Páez y de esta manera lanzar una ofensiva desde el sur en dirección a la capital en el centro del país.