Del Hombre Nuevo y sus peripecias, por Simón Boccanegra
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Hace algunos años conocí a un cineasta cubano negro. Hablando me dijo una vez que en tiempos anteriores a Fidel él no podía entrar a los hoteles de lujo porque era negro, «pero ahora no puedo entrar porque soy cubano». En efecto, quien no tuviera dólares no tenía nada que buscar en los hoteles de cinco estrellas. Otro conocido me comentó en alguna ocasión que en Cuba era imposible no estar todo el tiempo al margen de la ley. Él mismo, me ilustró, desde que se levantaba comenzaba a cometer delitos. «El papel higiénico que uso después de ir al baño lo compré en el mercado negro». Lo dijo mucho más coloquialmente, por supuesto. La reciente y capciosa muerte de un empresario chileno en Labana ha destapado un rollo de corrupción de proporciones venezolanas. Raúl, como desde hace medio siglo, repitió el discursito que tiene caletreado, sobre la corrupción y el combate contra ella. Siempre creyendo que es un problema moral de los otros. Ni un asomo de reflexión sobre la naturaleza del régimen y del Estado cubanos y de la influencia que ello puede tener en la gangrenosa expansión de la corrupción en su país y en la moral de sus habitantes. Al año de haberse creado Barrio Adentro, casi todos los médicos cubanos habían vendido las computadoras que recibieran para llevar adelante sus menesteres. Hay un médico cubano en el cardiológico infantil de Montalbán que hace sus negocios de dólares al aire libre. Lo cierto del caso es que el Hombre Nuevo, cincuenta años después, no se ve por ninguna parte. Es imposible, ni el Hombre Nuevo ni el Viejo pueden desenvolverse, «de acuerdo con sus capacidades», en tal ambiente de penuria y escasez material, de secretismo en el poder y de absoluta falta de democracia y libertad.