Del sable y el espíritu, por Simón Boccanegra
¿Será posible, Dios mío, que nadie en la Aviación se atreva a recordarle a Hugo Chávez que existe un decreto que prohíbe maniobras aéreas bajo el cielo de Caracas? Hace años, creo que durante el primer gobierno de Caldera, realizando acrobacias sobre el valle caraqueño, uno de los jets, que no pudo enderezar a tiempo, cayó sobre un edificio en Las Mercedes, destruyendo parte de él y muriendo el piloto, que si mal no recuerdo era hijo del comandante de la Fuerza Aérea. ¿Nadie se atrevió a decirle a Chávez que esa parada aérea sobre Caracas es una falta de responsabilidad? Pero, ya que Chávez usa el arma aérea como amenaza, quiero que lea esta reflexión: «¿Sabes, Fontanès, lo que más admiro? Es la impotencia de la fuerza para conservar algo. No hay sino dos poderes en el mundo: el sable y el espíritu. A la larga, el sable siempre es vencido por el espíritu». Lo dijo, nada más y nada menos, que Napoleón Bonaparte, quien no fue propiamente durante el golpe del 18 Brumario, que lo llevó al poder, cuando aprendió de sables.