Desafíos para la democracia 2025, por Luis Ernesto Aparicio M.
El 2024 ha llegado a su fin, y con él cerramos un capítulo que dejó profundas interrogantes sobre el futuro de la democracia en el mundo. Fue un año cargado de elecciones, donde la mayoría de los ciudadanos acudió a las urnas con la esperanza de influir en el destino de sus países. Sin embargo, lo que quedó al final fue un panorama que alternó sorpresas con previsiones cumplidas. Lo cierto es que, al igual que la Tierra en su incesante movimiento, nos toca girar de nuevo y avanzar, enfrentando los desafíos que nos esperan en este 2025.
En esta transición, el foco debe seguir puesto en la democracia, especialmente en nuestro hemisferio, donde las tensiones entre la consolidación autoritaria y las luchas por la libertad permanecen.
Venezuela, como siempre, se presenta como un ejemplo complejo. Durante los últimos meses, tanto el régimen de Nicolás Maduro como la oposición liderada por la dupla Machado-González han intensificado sus apuestas políticas, lo que podría generar en la población más sentimientos de frustración y escepticismo. Lo que debería ser un camino hacia la solución de la crisis social y política del país se ha convertido en una cadena de amenaza y confrontación que deja pocas salidas claras.
El voto, herramienta esencial de la democracia, se encuentra más erosionado que nunca. Si bien nunca ha sido un proceso totalmente libre bajo el régimen actual, la cuestionada reelección de Maduro para un nuevo período de seis años, sumada a la continuidad de la junta directiva de la Asamblea Nacional, reafirma la perpetuación de una minoría política que se sostiene a través del control.
En este contexto, al menos en Venezuela, recuperar la democracia parece más un ideal lejano que una realidad alcanzable. Si descartamos al voto como eje central para lograr el cambio, las alternativas se limitan a pequeños resquicios: negociaciones precarias o el uso de herramientas constitucionales cuyo alcance práctico es limitado en un entorno tan controlado y conflictivo entre las partes.
Así tenemos que, en el caso de Venezuela, las imágenes actuales reflejan una continuidad más rígida y desafiante por parte del régimen, mientras que, en el otro extremo, podría surgir un nuevo capítulo de un gobierno interino. Una figura que, más allá de sus intenciones, ha dejado tras de sí un camino plagado de tropiezos y escasas soluciones concretas para el país.
La postura de Estados Unidos frente a Venezuela, bajo la administración de Donald Trump, será crucial. El regreso de Trump al poder trae consigo una agenda cargada de tensiones. Entre sus promesas más polémicas está la deportación masiva de migrantes, una medida que podría involucrar a Venezuela en negociaciones delicadas para el retorno de sus ciudadanos. Además, el impacto de estas políticas migratorias podría desestabilizar aún más a un país ya marcado por la crisis humanitaria.
Pero esto no es todo. Trump ha señalado su intención de imponer aranceles más altos a productos provenientes de China, México y Canadá, lo que podría provocar desequilibrios económicos que afecten indirectamente a toda América Latina. En este juego de tensiones comerciales, China podría emerger como un socio más fuerte para los países de la región, consolidando su influencia económica y política en el hemisferio.
Mientras tanto, otros países de la región también enfrentarán retos significativos. Ecuador, que vive un preocupante incremento de la violencia, se prepara para unas elecciones presidenciales que estarán marcadas por el temor y la inseguridad.
Bolivia, por su parte, atraviesa una profunda división interna en el partido de gobierno, con el presidente Luis Arce y el expresidente Evo Morales enfrentados en una lucha que podría fracturar al oficialismo y alterar el panorama político.
Mientras Argentina, en tanto, verá al presidente Javier Milei enfrentarse a su primera prueba importante: las elecciones parlamentarias de octubre. Será un momento crucial para evaluar si su modelo de gobierno, tan polémico como innovador, cuenta con el respaldo necesario para mantenerse en el tiempo.
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El panorama para este 2025 parece inquietante, con un horizonte cargado de tensiones políticas y económicas. Sin embargo, la historia nos ha demostrado que incluso en los momentos más oscuros pueden surgir liderazgos capaces de revertir situaciones adversas. Mi apuesta sigue estando en el surgimiento de dirigentes que, con visión y compromiso, logren transformar la incertidumbre en oportunidades para fortalecer la democracia.
Al mirar hacia adelante, debemos recordar que el destino no está escrito. Las decisiones que tomemos como sociedades, así como las que asuman los líderes, serán determinantes para dar forma al año que apenas comienza. Si bien las sacudidas que se avecinan podrían parecer inevitables, es posible que con responsabilidad y sabiduría logremos convertir este año en un punto de inflexión hacia un futuro más estable y democrático.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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